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Sonrientes a pesar del luto

Sonrientes a pesar del luto Runión de los máximos dirigentes europeos en París
Sonrientes a pesar del luto

Sonrientes a pesar del luto

Título alternativo: Los americanos se van

Cuando las mayorías callan y escribes en ignorada o repudiada minoría, el asunto siempre te parece relevante. Pero cuando hay cada vez más voces que empiezan a hablar, aquello que te preocupaba tanto deja de interesarte o incluso se transforma para ti en algo sumamente insustancial. Te dices, pues, que sería mejor dedicarse a escribir sobre poesía, educación, libros, sentimientos, viajes, salud, temas que te parecen más provechosos para el público y para el espíritu que la política. Sin embargo, vuelves a leer una y otra vez, por aquí y por allá, nuevas exposiciones sobre el tema y tu compromiso con lo que ocurre alrededor o en inmediata cercanía despierta de nuevo.

Hace algunas semanas me llamó la atención una opinión en un periódico occidental en la que se decía que Europa se ha quedado atónita, desconcertada, anonadada… En la fotografía que ilustraba la noticia había once líderes europeos, algunos sonriendo ante la cámara: así son las fotos hoy, con sonrisas incluso cuando tienes un muerto en casa. Y, en esta ocasión, los muertos son los cientos de miles de ucranianos, militares o civiles, que perecieron en esa colisión brutal entre rusos y ucranianos ocurrida en el suelo europeo, a unos cientos kilómetros de su frontera oriental.

Y de nuevo, como hace diez años, te preguntas ¿qué es lo que ha logrado Ucrania salvo caos, destrucción y muerte? ¿Le ha servido de algo este sacrificio? Quizás solamente le ha acarreado muchísima notoriedad sin gloria y una notable y patética conmiseración internacional.

Mi perplejidad se justifica porque, en tres años, a la Ucrania que conocíamos quienes nacimos en la Unión Soviética se le ha amputado una parte del territorio que compartía con Rusia. Lo había heredado tras la ruidosa descomposición de la URSS, al igual que -al declarar su independencia en idénticas circunstacias- Moldova recibió la franja de Transnistria, causa y origen en la actualidad de tantos problemas de toda índole: política, económica, estratégica y militar.

¿Pero podría explicarme alguien la razón del asombro europeo?

En aquel artículo se hablaba de un presunto comienzo, entre Putin y Trump, de un diálogo sobre la paz que, al menos en esta primera fase, no consideraba a Europa como socio en un posible acuerdo. De modo que Europa contemplaba atónita no el desastre ucraniano, sino la posibilidad de quedar fuera de las negociaciones de paz. Y la paz consiste -no podía ser de otra manera- en repartirse, de la manera más provechosa posible, la nueva captura rusa.

Y ello a pesar de que hace tres años solamente la prensa occidental marcaba, a compás de ensordecedora y disciplinada marcha militar, una línea periodística única y exclusivamente proucraniana que inflamaba la fobia antirrusa. Mientras, en Rusia, donde el dicho “nadie es olvidado ni nada se olvida” tiene el mismo vigor que cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial -conocida como Gran Guerra Patria contra el fascismo- cualquier actitud traicionera hacia su pueblo se sanciona con pragmatismo y, también, sentimentalmente. Dos actitudes que para ellos pesan lo mismo, aunque siempre en función de las circunstancias. Por eso los rusos hablan siempre de amistad: porque el dinero viene después. Desafortunadamente en Occidente no hay expertos en sentimentología rusa -permítanme el invento-, pero tampoco parece haberlos en pragmatismo. O los hay, pero no salen en las fotos junto a esos líderes europeos sonrientes a pesar del luto.

Los americanos se van sin apenas haber estado en Europa.
Sonrientes a pesar del luto El autocar de mi primo Guenadio
El autocar de mi primo Guenadio

El domingo 9 de marzo, mientras escribía estas líneas, me llamó mi primo Guenadio desde su autocar, que en ese momento regresaba vacío hacia Alemania desde donde había traído un contingente de militares para que se reagruparan en una base militar rumana cerca de la costa del Mar Negro. Le pregunté si eran alemanes y contestó que eran americanos. “Pero ¿van o vienen?”, quise saber. “Creo que se van”. La voz de mi primo, no sé si porque tenía delante una larga carretera o porque le pesara la partida de los americanos, me sonó un tanto nostálgica. Los americanos se van. Se van sin apenas haber estado en Europa. Se van siguiendo, sin duda, las órdenes de Donald Trump. Un motivo de atolondramiento más, pero no para sonreír a la cámara.

flag that makes you dream
los americanos se van flag that makes you dream

Le agradezco a mi primo esta información sobre el propio terreno que los periódicos europeos últimamente ya no ofrecen. Ahora inventan noticias tendenciosas que dejan alelado al pobre y desocupado lector europeo, mientras que los rusos tienen la mente clara y vía libre para avanzar sobre sus tanques hacia sus objetivos a ritmo de marcha militar. Porque seamos sensatos, ¿alguien puede creer que Putin va a detener su ataque ahora? Probablemente tratará de empujar la amenaza occidental hacia la seguridad de su pueblo -que él no olvida recordar en cada discurso- lo más lejos posible de una Rusia cabreada y armada hasta los dientes. Otro motivo para el embobamiento, sin duda, pero en absoluto para la alegría.