Un hombre feliz
Una vida a la carrera. ¿Y para qué?
El otro día un conocido me contó que en las vacaciones de verano estuvo en seis lugares distintos y que ya está pensando dónde pasar la Navidad. Yo estuve sólo en uno y tuve que callar un poco avergonzado.
En el pueblo donde nací vivía un hombre llamado Drăgan. Vivió más de setenta años, nunca había ido al médico, fumaba mucho, hablaba poco y siempre en tono amistoso. Lo recuerdo vestido con la misma ropa en verano y en invierno: botas altas de goma, pantalones, americana gris, camisa y gorra. En invierno cubría su cuerpo esquelético con un abrigo largo y no demasiado grueso. Bebía mucho, se emborrachaba y a veces dormía a la intemperie.
Trabajó de sereno en una fábrica, empleo pagado bastante mal que no necesitaba del asalariado ningún esfuerzo especial y en casa el único trabajo que hacía era llevar a su vaquilla al campo.
Un hombre sin planes, ni ambiciones. Un hombre listo, después de todo.
Drăgan vivió sus más de setenta años lentamente. ¡Qué largos eran sus días de verano! Viendo pastar tranquilamente a su vaquilla, fumando un cigarrillo de vez en cuando, echando la siestecita a la sombra. Un hombre sin planes, ni ambiciones. Un hombre listo, después de todo. ¿Para qué correr si el mismo fin nos espera a todos? Quizás por eso nunca estuvo enfermo.
Nosotros vivimos corriendo. Lo consumimos todo a gran velocidad; alimentos que no alimentan, televisión que entontece, internet que no se apaga nunca, horas y horas de conversaciones telefónicas sin decir gran cosa, encuentros con amigos que no nos satisfacen espiritualmente, vacaciones que no relajan, trabajo que no nos gusta. En este consumo sin freno nos consumimos a nosotros mismos, nos hacemos viejos, enfermamos y llegamos a la estación de la amargura y decepción. Y lo único que nos haría sonreír involuntariamente sería contemplar un gato lamiéndose las patas. Daríamos mucho para alargar ese instante.
El gato lamiéndose las patas es la eternidad que hemos perdido. Drăgan, viendo pastar su vaquilla vivió dentro de esa eternidad que, en su caso, duró más de setenta años. Sí, un hombre feliz.
Me encantó como conviertes la sencillez de lo particular en algo universal, algo que a todos no llega y a todos impacta.
Què gran piropo, gracias!