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El último brindis
La culpa de que se desmadre la clase la tiene el profesor. Siempre. Al menos en este país. Y si va y se lo dice al director, este es capaz de responderle:
– ¿Y qué quiere que haga? ¿Que vaya yo a dar las clases en su lugar?
Y el pobre vuelve con el rabo entre las piernas. Las bestias lo están esperando con los colmillos afilados.
– ¿Qué pasa, quejica? ¿Ya has vuelto?
Las torturas aumentan en intensidad. Se bajan los pantalones y le enseñan el culo, le escupen o se ponen notas ellos mismos mientras otros le amenazan. Y así día tras día. Para sobrevivir, el profesor empieza a reír sus bromas babeando como un imbécil.
Con ocasión de alguna fiesta recibe algún regalito barato: una tradición antigua pero vigente en estos tiempos modernos. Y con eso piensa que sus verdugos, al fín y al cabo, no son tan malos.
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Empecemos con el metro de Viena, que no tiene vigilantes ni torniquetes.
El problema es demasiado grave para perder el tiempo analizando el porqué o su alcance. Lo que ocurrió en Niza no sólo es horrible sino que es la forma más bárbara, más cruel, más cínica de matar que demuestra de qué es capaz esta gente. No estamos preparados para enfrentarlos. Nos degüellan sin compasión, como a corderos. No los juzgo, sólo digo que en sus manos todos somos unas víctimas seguras. Continue reading “Empecemos con el metro de Viena, que no tiene vigilantes ni torniquetes.”
A morir se educa

Telefonul meu ieftin
Cine în România zilelor noastre nu a păţit ca mine?
M-am dus zilele trecute la compania de telefonie mobilă Telefonul Meu Ieftin. Aveam câteva nelămuriri legate de factură. Cum am intrat pe uşă, o angajată, cu un zâmbet până la urechi, m-a întrebat dacă mi-am luat tableta. Aştia să preocupă pentru sănătatea mea, m-am gândit. Au grijă să-mi iau medicamentele la timp. Creierul, când dă peste o inepţie, face un efort ca să o rezolve din mers până realizează ce este de fapt. Continue reading “Telefonul meu ieftin”