Tres generaciones

Tres generaciones

Tres generaciones Cartel propagandístico para el censo en la URSS
Cartel propagandístico para el censo en la URSS

En la Unión Soviética el ruso era la lengua del sistema y quien no dominaba la lengua, no formaba parte de dicho sistema. Mi abuela no lo habló por eso fue un paria, un excluso. Trabajó muchos años de su vida en el koljoz, en una época cuando muchas labores agrícolas se habían de ejecutar con las manos, soportando fuertes calores veraniegos y atroces fríos en otoño, y cobrando por ese duro trabajo un sueldo vergonzoso. Después de jubilarse el estado le pagó una pensión ridícula que no llegaba a los diez rublos mensuales, si no recuerdo mal.

A los rusos los consideraba unos intrusos en su existencia y en su pueblo, que componía todo su universo, y los rechazaba con toda su alma. Acabó por aceptar a una de sus nueras, ucraniana rusohablante, como lo eran la gran mayoría de los ucranianos por los mismos motivos de discriminación, solo porque era la mujer de su hijo.

El moldavo -rumano escrito con letras cirílicas- en las familias mixtas terminaba arinconado en el trastero de la memoria y con el tiempo se olvidaba. Así es como se mueren algunas lenguas, ¿no? El rumano en España -o el español en los Estados Unidos- se extingue porque los hijos ya no hablan el idioma de sus progenitores.

Yo, por el contrario, empecé a hablar el ruso de repente y bastante temprano. Además, escribía unas redacciones excelentes, en opinión de mis profesoras, que de vez en cuando las leían en voz alta en clase. Las dos, Polina Ivanovna y María Larionova eran nativas y destacaban, también, como buenas pedagogas. Enseñaban la literatura con una actitud devota y solemne que nosotros debíamos acatar de manera correspondiente.

Todo ello me sirvió de gran ayuda más tarde en la Universidad. Los profesores mostraban abiertamente su simpatía hacia mis competencias lingüísticas y aprobaba los exámenes mucho más fácilmente que mis compañeros. Y como cualquier joven devorador de éxitos personales me sentía halagado, pero mis compañeros lo pasaban mal.

El sistema soviético ofrecía múltiples privilegios, pero para conseguirlos ponía a modo de condición previa la rusificación completa, hasta la médula de la persona, que consistía en adquirir en la manera de moverse, de comunicarse y de pensar la facilidad natural de los propios rusos. Mi madre, Inspectora General de la Enseñanza, tenía la obligación de preparar y presentar los informes de su trabajo en ruso. La pobre sudaba la hiel hasta terminar de redactarlos; sus conocimientos nunca han superado un mediocre nivel básico.

Tres generaciones, pues -abuela, madre, hijo- fueron necesarias para terminar de implantar en la persona el injerto de otra cultura, transformándola en algo distinto de lo que habían sido sus antepasados. Mi abuela no podía abrir la boca en presencia de un ruso que enseguida se escandalizaba exigiendo que hablaras humano, es decir como una persona normal. A mi madre aprenderlo, aunque fuera un poco, le costaron años y años de esfuerzo sin llegar a ningún resultado espectacular, mientras que yo me comunicaba en esa lengua con soltura y podía hacer amigos y amigas entre los rusos. Es decir ser como ellos, ser uno de ellos.

3 thoughts on “Tres generaciones”

  1. Gracias a ti, por leer, José Antonio. Sí, la sensación debe ser esa que describes tú. El caso es que nosotros no nos dábamos cuenta de lo que nos sucedía. ¡Un abrazo!

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