Moldova Transnistria Ucrania Rusia
- Rusos y ucranianos han mostrado, en relación con los moldavos, una actitud similar y hemos sabido, de alguna manera, manejar el asunto.
Entre ayer y hoy -escribo esto a 26 de abril de 2022- tuvieron lugar las primeras explosiones en Transnistria desde que el ejèrcito ruso penetrara en Ucrania el 24 de febrero. Como ocurre en estos casos, no se conoce quién los ha provocado. Ucrania apunta hacia Rusia; Rusia lo niega.
Un analista joven de Kíev -le echaría unos 30 años, más o menos- comentaba, muy enardecido, que Moldova debería dar las gracias a Ucrania que, plantando cara a las tropas de Rusia, la defiende también a ella, y que hasta ahora él no ha escuchado nada al respecto por parte de ese país donde yo mismo nací hace casi 52 años, entonces la República Soviética Socialista de Moldavia que incluía dentro de sus confines, porque la URSS lo determinase así, también a Transnistria, independizada, por voluntad propia, en 1991.
Las relaciones moldavo-eslavas a lo largo de la historia que uno ha conocido personalmente nunca han sido malas, excepto, claro, ese breve momento en 1991, cuando Igor Smirnov decidió fundar su propio estado. Esas no malas relaciones entre nosotros se han debido, en primer lugar, a la cordura y al temperamento tolerante y nada propenso a riñas y pendencias de los moldavos.
El Imperio Ruso Soviético practicó una rusificación cultural masiva de la población, deportando a miles y miles de nativos a regiones muy lejanas, sustituidos por rusos y ucranianos que nunca aprendían el idioma local y las tradiciones del país en que vivían, obligando así a los moldavos a aprender el ruso y a adoptar, en su conjunto, todas las creaciones literarias, artísticas y científicas de los eslavos. De ahí que, en el momento de la ruptura de la Unión Soviética, un altísimo porcentaje de moldavos, sobre todo en las ciudades, supiera expresarse y escribir en ruso con soltura. Los moldavos entendían las películas, conocían la literatura rusa, interpretaban las canciones del pueblo ruso y ucraniano, mientras que los rusos y los ucranianos apenas dominaban oralmente un par de palabras del léxico básico en la lengua local.
Ya apunté en otro escrito que durante casi tres décadas desde el conflicto transnistrio ha habido unos cuantos cambios generacionales. Los que entonces tenían entre 25 y 50 años ahora tienen entre 55 y 80 años y es muy probable que sus descendientes, conectados a internet y acostumbrados a una vida más libre, piensen de manera distinta y no quieran, para nada, verse involucrados en un conflicto entre Ucrania y Rusia del que muy poco entienden. ¿Qué van a hacer ellos? Supongo que también van a querer marcharse, como los ucranianos y los rusos que escapan huyendo de la guerra. ¿Adónde? Supuse en el artículo que de vuelta, otra vez a Moldova, lo que, según una reciente noticia, ya está ocurriendo.
En el conflicto de Transnistria, en ayuda de los separatistas rusos y ucranianos a partes más o menos iguales, acudieron mercenarios cosacos, históricamente pueblos nómadas de origen eslavo, organizados militarmente y errantes a lo largo y ancho de las amplias estepas ucranianas y rusas.
Lo que quiero dejar claro es que rusos y ucranianos han mostrado, en relación con los moldavos, una actitud similar y hemos sabido, de alguna manera, manejar el asunto. No hace falta, por lo tanto, que nadie nos indique -ni desde Ucrania y mucho menos desde Occidente que ignora lo que se siente realmente al vivir rodeado de ucranianos y rusos- a quién dar las gracias, y por qué, y también de cuyo lado situarnos. Maia Sandu, la Presidenta de Moldova, consciente del polvorín que le ha tocado gobernar, hasta ahora ha mostrado prudencia con respecto al conflicto ruso-ucraniano. Moldova, uno de los países más pobres de Europa, ya le dio las gracias a Ucrania habiendo recibido a miles de refugiados y compartido con ellos su escaso pan y humilde hogar.
Una reflexión desde adentro siempre se agradece. Las cosas claras y el chocolate a la española, dice un refrán.