Maia Sandu no estaba preparada

Maia Sandu no estaba preparada para gobernar. La recién elegida Presidenta de la República de Moldova no tenía con quien dirigir el estado moldavo a pesar de todos sus éxitos políticos y administrativos de hasta ese momento: Funcionaria en el Banco Mundial entre 2010 y 2012; Ministra de Educación entre 2012 y 2015; Primera Ministra en 2019 y por fin Presidenta tras unas elecciones ganadas holgadamente en 2020.

A principios de los años 90 del siglo XX, después del hundimiento de la Unión Soviética, Maia Sandu empezaba sus estudios económicos en la universidad. O sea que cuando sólo era una jovencita al inicio de su carrera, los antiguos dirigentes del régimen, al grito de Boris Yeltsyn de ”¡Enriqueceos!”, lanzado desde una tribuna, ponían en marcha el expolio salvaje del colosal botín que formaba el patrimonio soviético. ¿Dónde estaban entonces los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania y otras democracias sólidamente asentadas? Al acecho. Estaban al acecho, esperando que les cayeran trocitos del pastel, algo que en su lenguaje se llamaba ”inversiones de compañías extranjeras”. Debo reconocer, entre paréntesis, que desde cierto punto de vista es mejor invertir que sencillamente robar. Y dado que el cambio esperado no ocurrió, y riqueza tan codiciada cayó en manos de otro sistema local controlado por Putin, Lukashenko, Nazarbaiev, Shevarnadze, Aliev, Niyazov y otros líderes excomunistas, todas estas potencias dan saltos de alegría cada vez que surgen figuras políticas como Maia Sandu, Alexei Navalnyi, Svetlana Tikhanovskaia porque contemplan una nueva oportunidad de avanzar un paso más en su marcha implacable hacia el Este. La toma de Rusia también lleva el nombre de ”inversión”, pero para invertir el dinero con seguridad hay que limpiar  el área de influencia rusa de sus actuales dueños: los fabulosamente enriquecidos líderes y oligarcas postsoviéticos.

La corrupción en el antiguo espacio soviético es una especie de industria que funciona a nivel nacional y al luchar contra ella, al intentar destruirla se pone en peligro el funcionamiento del propio estado asentado sobre estrechísimos, casi orgánicos, intereses y vínculos de pasta. Su ruta empieza en las calles de ciudades, pueblos y pueblecitos y se acaba en los escalones más altos de la estructura administrativa. El eslogan de Maia Sandu, dentro y fuera del país, es el invariable ”los ladrones deben estar en la cárcel” ¡Muy bien! Todos la creemos. Creemos en la honestidad de la presidenta moldava que ofrece pruebas de la misma a diario. Entendemos también su rechazo a gobernar con corruptos, el deseo de tener a su lado un equipo libre de cualquier sospecha, totalmente limpio, intachable como los intachables de Eliot Ness. La pregunta es cómo conseguirlos.

Metiendo a todos los corruptos en la cárcel, Maia Sandu se va a quedar sin pueblo a quien dirigir. Para romper, para cortar esa ruta de la corrupción es preciso disponer de un equipo. Maia Sandu llegó al poder sin tenerlo; la tropa de jóvenes expertos de la cual presumía en su época de Primer Ministro resultó estar integrada por unos neófitos que provocaban risas en el parlamento con sus intervenciones.

Total, que en su primera etapa como presidenta Maia Sandu lo único que ha logrado fue enfrentar a todos contra todos y para cubrir su incapacidad de formar gobierno recurrió a arengas y proclamas. Desde luego no era eso lo que se esperaba de ella.

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