Javier Milei

Javier Milei. Desde el pricipio me sentí entusiasmado por su cabeza en llamas y por su discurso también quemante.

Javier Milei, como lo ve uno

Desde el principio me sentí entusiasmado por su cabeza en llamas y por su discurso también ardiente

Me fijé en Javier Milei recientemente, sobre todo desde que un compañero de red social argentino nos envió algunos materiales sobre él que seguí atentamente. Reconozco que desde el pricipio me sentí entusiasmado por su cabeza en llamas y por su discurso también ardiente. Entiendo, pues, el entusiamo que despertó en mucha gente, sobre todo en Argentina, pero también fuera de ella. Argentina no es una excepción en cuanto país donde el hombre se entusiasma con facilidad y después con la misma rapidez se decepciona.

Milei propone reformas a largo plazo, lo cual es muy lógico en un espacio al parecer muy afectado por la pobreza, la corrupción y la corruptela. Un espacio donde, además, la disfuncionalidad del sector público parece ser sumamente grave.

No traté de profundizar demasiado en la cifras y, por lo tanto, no sé si todos estos indicios son mucho más serios en Argentina que en Rumanía, la República de Moldova, Ucrania y otros países no demasiado ricos, por decirlo así, que más o menos conozco.

Pienso, igualmente, que entusiasmo despierta en nosotros algo que nos parece sincero e inocente.

Milei, al parecer, se plantea muy seriamente salvar a Argentina. ¡Ojo con ello!

El mundo, en general, se mueve por unas reglas y una de ellas es la propia corrupción, la debilidad del ser humano por el dinero. Recuerdo un diálogo en “El Maestro y Margarita” de Mijaíl Bulgákov, entre Satanás y un funcionario que no solía jugar a las cartas ni frecuentar a las mujeres, es decir no padecía los vicios comunes de los demás mortales. Ocultaba otro defecto que podía ser incluso mucho más peligroso. Odiaba en secreto a todos.

Uno recuerda también el retrato de incorrupto e incorruptible de Robespierre de la obra de Stefan Zweig “Joseph Fouchée”. Y también el perfil de Félix Dzerzhinski, revolucionario bolchevique. Dios nos libre de aquellos que pretenden salvar al mundo. Y Milei, al parecer, se plantea muy seriamente salvar a Argentina. ¡Mucho ojo con ello!

Declaró que cree en Dios y entiendo que quiere convertirse al judaísmo. Apoya -afirma que enfáticamente- la causa de Israel. Es liberal y repite siempre que tiene ocasión la definición del liberalismo. Aboga, por otro lado, en favor de una relación muy estrecha, casi orgánica con los Estados Unidos y propone dolarizar a su país. ¿Por qué hacer tratos con el peso argentino si es tan aborrecido por todo el mundo? Como economista ve muy nefasta la existencia de un Banco Central en un pais con una moneda tan espectral.

Uno que atravesó un proceso similar al derrumbarse la Unión Soviética donde, con el colapso de la economía, colapsó también la moneda y la única divisa en que se confiaba era el dólar, no tiene unos recuerdos muy buenos al respecto. También de confianza habla Milei, ahora bien, de confiar únicamente en el dólar estadounidense.

Habla asimismo de castas políticas que al parecer en su país llevan prosperando desde hace mucho tiempo y que habría que exterminar. No obstante a uno, que ha vivido en un mundo y ahora vive en otro, totalmente distinto, y que a raíz de ello se lo toma todo con suma cautela -un defecto, lo reconozco- le parece que el robo a nivel estrictamente local es mucho más inocente que un control sobre el robo que funcione a nivel universal.

Milei habla del estado grande y libertades chicas, pero, sin embargo, se refiere asimismo a sistemas de control que exceden el estado y que podrían acabar sometiendo a las propias libertades a un régimen y normativas mucho más amplias y restrictivas.

Resumiendo. Si todo lo que hace y declara Javier Milei acaba por servir a la causa de salvar a su país, Argentina, se acepta y se justifica, pero, por otro lado, ojo igualmente a los efectos a largo plazo. La libertad es el valor humano más frágil y quebradizo y, por ende, el más maltratado con especulaciones o posibles buenas intenciones.

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