
Rublo Dólar
Todos los analistas, excepto los analistas rusos no independientes, comentan que la OTAN no quiere atacar a Rusia y que no lo ha planeado nunca.
No hay que ser muy sagaz para observar que los temas de los artículos se han globalizado, que van por olas y salen como bollos idénticos del mismo horno. La considerada primera ola hacía de Putin un Hitler moderno, inmediatamente después siguieron análisis un poco más amplios sobre el legado histórico de sus antecesores más poderosos -en primer lugar el de Pedro I El Grande-, y que al parecer influyen su política actual. La semejanza con Pedro I El Grande no se funda sino en el deseo vehemente de Putin por dominar territorios extensos, sobre todo el de acaparar las salidas a todos los mares que estuvieran al alcance de Rusia.
Pedro se propuso hacer de Rusia una fuerza naval a nivel europeo y así puso las bases de una poderosa armada que le permitió enfrentarse, con éxito, a los suecos, y de un ejército terrestre más eficaz. Sin embargo, para cumplir su sueño de modernizar ampliamente Rusia, acudía a expertos occidentales, a diferencia de Putin que parece deseoso de expulsarlos.
En estos días -escribo esto a 31 se marzo- se pone especial tesón en explicar al mundo entero que la OTAN no busca atacar a Rusia y que nunca en su historia lo ha deseado. (Se prefiere el término de “atacar” para que el lector se imagine un ataque a lo ruso en Ucrania, es decir bombardeos de ciudades y de pueblos, miles de muertos y millones de refugiados). Algunos se han acordado de que Putin, en cierta ocasión, hubiera manifestado que Rusia y la OTAN podrían hacer, por qué no, buenas migas, o incluso ser miembros en una misma alianza. También la OTAN parece haber asegurado a la Rusia postsoviética que a partir de 1989, el año oficial de la caída del telón de acero, no daría un solo paso hacia el Este europeo.
Aquí cada uno dice lo que le conviene y calla todo lo demás.
La OTAN es una estructura militar, no una ONG, y avanzando asegura el espacio para que las inversiones -o sea el dinero, el dólar antes de todo- de los estados que forman la alianza, circulen con toda libertad y sin obstáculos. (Diré por lo bajo que esto me hace pensar en esas estructuras mafiosas paramilitares que te ofrecen protección y, si no la aceptas, te dan una buena paliza).
Rusia se opone a ese avance; lo considera una amenaza a su seguridad. En lo que se refiere a las compañías occidentales que hacen inversiones en Rusia, Putin, apoyado por numerosos rusos, prefiere echarlas de su país y fundar compañías rusas que trabajen con tecnología china. Es más, ahora el presidente ruso pretende que Occidente pague por el gas ruso en rublos. Los clientes occidentales pusieron en seguida el grito en el cielo: ¡Esto es improcedente! ¡La madre que parió a ese Putin!
Los que nacimos en la Unión Soviética, y quienes en el momento del colapso teníamos más de 18 años, nos acordamos muy bien de una cosa: en unos meses el rublo sufrió una devaluación tan brusca y brutal que fue reemplazado, casi de inmediato, por el dólar que en poco tiempo circulaba ya por aquel territorio como por su casa. Más de ciento cincuenta millones de ciudadanos soviéticos perdieron todos sus ahorros y se despertaron, un día, rematadamente pobres.
Sufrimos en nuestras propias carnes lo que los economistas calculan en cifras.
Y entonces uno no puede no hacerse una pregunta sencilla: ¿de cuánto dinero líquido debe disponer un estado para cubrir con ese dinero el planeta entero?
El dólar fue la lápida fúnebre de la Unión Soviética; lo que desde fuera se veía como una feliz liberación, dentro fue sentido como una cruda invasión.