
Zelenski, la OTAN, Putin
La queja que ha lanzado un día de estos -escribo esto a 9 de marzo de 2022- el Presidente de Ucrania Volodímir Zelenski de que Occidente, Europa, la OTAN no le ayudan lo suficiente es injusta y, cuando menos, histérica y provocadora.
El mundo entero ha abierto, de par en par, sus puertas para recibir a los millones de refugiados ucranianos. Trenes llenos a rebosar circulan desde la frontera ucraniana hacia todos los países de Europa, más seguros en estos momentos, donde son acogidos, consolados, vestidos y alimentados. Sigo la información de los canales independientes rusos y ucranianos y sé que los viajes desde Lviv, ciudad en la frontera con Polonia, son gratuitos.
Rumanía también hace lo que puede en esta crisis. Ya se ha emitido la ordenanza gubernamental de matricular gratuitamente, en centros escolares y universitarios, a niños y jóvenes ucranianos. La frontera con Rumanía se puede cruzar solo declarando que eres ucraniano y hablar esta lengua, o el ruso, es suficiente para utilizar, en las ciudades, el transporte público sin pagar el billete. Algunos ciudadanos se involucran directamente: voluntarios que abren sus hogares y comparten confort, comida y cama; alumnos en los centros de enseñanza secundaria organizan campañas de solidaridad, colectando fondos -concretamente en el Liceo Bilingüe “Miguel de Cervantes” de Bucarest, donde soy profesor-; yo, hablante de ruso, hago de traductor, cuando hace falta para la Cruz Roja.
Como aliados de la OTAN hemos puesto a disposición de la aviación militar y civil ucranianas nuestros aeródromos y aeropuertos. El hecho nos convierte, automáticamente, en blancos de la hostilidad de aquellos rusos que aprueban ese modo de hacer política, y de la ira de Putin y de sus generales, que no se recatan en lanzar amenazas de todo tipo, incluso con un ataque nuclear.
Y hay más. La República Checa le otorgó a Zelenski una gran medalla del estado checo, felicitándole por su heroísmo y mucho me extrañaría que no fuese elegido candidato al Premio Nobel.
La Alianza, aprovechándose de esa circunstancia, ofrecida en bandeja por Putin, ha pasado ya al asalto de Rusia. Si hasta ahora hemos hablado de una Rusia acorralada, en esos momentos ha empezado su asedio. Los ucranianos reciben ayuda militar de todas partes y dudo que, mientras Putin invertía el dinero de su estado en modernizar y ampliar su fuerza bélica, los ucranianos, los Estados Unidos y Occidente hayan permanecido de brazos cruzados. O sea que el ataque ruso a Ucrania solo ha sido una sorpresa para el ciudadano común, y por mucho que se esfuerce el señor Zelenski en hacernos pensar lo contrario, no vale.
No creo tampoco que Putin y su entorno no hayan anticipado lo que podía venirles encima al emprender esa operación especial -como la denominan ellos- contra Ucrania. De alguna manera, ciertos objetivos ya están cumplidos: desestabilizar la zona, joder a Europa con el flujo masivo de inmigrantes que hay que acoger e integrar; dañar Ucrania en la medida en que la perspectiva de su integración en la UE se aleje todavía más; hacer que se larguen de su país las compañías extranjeras. Si alguien se imagina que el amo del Kremlin está triste porque Heineken, por poner un ejemplo, haya dejado de fabricar cerveza en Rusia, se equivoca. Tristes, seguramente, están los rusos que han perdido su empleo.