¿Quién es quién?
- Intentando desentrañar, en esa sucesión de hechos y personajes históricos, la respuesta a la pregunta de ¿quién e quién?, Vladimir Putin, a diferencia de Joe Biden y de otros líderes políticos occidentales, es solamente malo.
A comienzos de su mandato, el presidente norteamericano Joe Biden, para que enseguida empecemos a creer en sus buenas intenciones, llenó el patio de la Casa Blanca de corazones y se dio un paseo, junto con su esposa, a través de ese paraíso de la bondad férreamente vigilado por los cohetes nucleares de la OTAN y del Pentágono. Y el planeta instagramero aplaudiendo muy feliz. La horrible época del malote y malencarado, rusófilo y putinista Donald quedaba atrás y llegaban los tiempos del anciano bueno y simpático Joe.
Me fío menos del bueno que del malo. Confío menos en el subrepticiamente bueno Biden que en el abiertamente malo Putin. (Aunque, por otro lado, prefiero negociar con un norteamericano que, ocupándote, no busca tu perdición sino su provecho económico, que con un ruso que viene, se planta y lo manda todo a tomar por saco).
A principios de los años 90 del siglo pasado, los Estados Unidos, flamante ganador, en ese momento, de la así llamada guerra fría, pactaba con la vencida Unión Soviética un supuesto no avance dominativo hacia el Este europeo. El enfrentamiento entre ambos bloques, que había durado unas cuantas décadas, se había terminado y había que negociar para acordar algo ante una expectativa global. La Unión Soviética era, a la sazón, un espacio lleno de armamento, desmadrado por completo y muy difícil de gobernar que había que apaciguar de alguna manera. Se dijeron lo que querían oír y después se dedicaron cada cual a lo suyo. Occidente con la OTAN preparaban su plan de conquista del Este europeo mientras que en la Unión Soviética los exdirigentes del sistema soviético se apresuraron a adueñarse de todos los bienes que ese mismo estado, desmoronado y deprimido, ya no era capaz de vigilar antes que Occidente lograse hacer lo mismo, pero a través de las así llamadas, tan prometedoras y portadoras de prosperidad, inversiones extranjeras.
Desde entonces han transcurrido casi tres décadas más -escribo esto a 1 de febrero de 2022- y nada ha cambiado sustancialmente. Han cambiado, eso sí, algunos presidentes; en los Estados Unidos unos cuantos; en Rusia solamente uno: el sobrio y siempre en forma Vladímir Putin por el alegre y aparentemente dado a los excesos alcohólicos Boris Yeltsyn. Claro que no debemos olvidar el mandato presidencial de Dmitriy Medvedev que interrumpió, por un período de cuatro años, la permanencia en la cumbre del poder ruso de Putin.
Intentando desentrañar, en esa sucesión de hechos y personajes históricos, la respuesta a la pregunta de ¿quién e quién?, Vladimir Putin, a diferencia de Joe Biden y de otros líderes políticos occidentales, es solamente malo. No debe hacer el papel de defensor de la democracia y no le hace falta sembrar la Plaza Roja de corazones. Puede ir tranquilamente sin disfraces y actuar, sin ningún problema, de hijo de puta. Un hijo de puta a secas, al mando de un ejército numeroso de hijos de puta como él, listos para apretar el gatillo cuando se les ordena y llegar rápido adonde se los envía; a Ucrania, Moldova, Kazajistán, al Cáucaso, por toda esa área que Rusia considera terreno conquistado suyo y entra a saco, si se tercia.