¿Qué pasa en Kazajistán?
- Me preguntan qué es lo que pasa en Kazajistán. Contesto que lo mismo que ha pasado y sigue pasando en todo el antiguo espacio soviético.
Ni los Estados Unidos, ni Alemania, ni Rusia, ni ningún otro país por fuerte que se considere podría poner orden en el caos que originó la destrucción de la Unión Soviética porque cada uno de ellos pretende imponer su propio orden. En la historia todo tiene su causa y su efecto. Yo soy ciudadano de Europa y vivo en Rumanía, un país no muy próspero pero política y económicamente estable. ¿Estoy bien? ¿Estoy contento? Claro que sí. ¿Pero cuál fue el precio? Hemos perdido nuestra casa en Transnistria, de donde tuvimos que salir corriendo para salvarnos de la persecución desatada por la guerra moldavo-transnistria, otra consecuencia del colapso soviético. Como nosotros, miles y miles de seres humanos devorados por el desastre tuvieron que remontarse y empezarlo todo de nuevo ¿Estarán bien? ¿Estarán contentos? Muchos no plantean la vida en esos términos, sino en cómo seguir adelante.
Toda esa serie de crisis que desencadenó la desmembración de la URSS no tiene fin y no lo tendrá de ahora en adelante por mucho tiempo. El desastre kazajo de estos días -escribo esto a 8 de enero de 2022- sigue al ucraniano y al bielorruso de la década anterior y no es sino un eslabón de una larga cadena de desastres que ocurrirán en los años venideros: turkmeno, tayiko, kirguiso, uzbeko, seguidos luego por los países del Cáucaso.
Me preguntan qué es lo que pasa en Kazajistán. Contesto que lo mismo que ha pasado y sigue pasando en todo el antiguo espacio soviético. La caída Unión Soviética fue un cadáver muy nutritivo para todas las alimañas carroneras que se abalanzaron sobre él para devorarlo. Algunas, las de tierras extrañas, no llegaron -o llegaron solo un poco a hincar un colmillo o a husmearlo-, otras, sobre todo las del interior, que estaban en el ajo, a la espera del momento oportuno, secretarios generales y subsecretarios del Partido Comunista, antiguos ministros y directores soviéticos de empresas, entraron a saco.
Pero no estamos tratando con personajes de quién sabe que fábula, sino con nombres y apellidos propios, oligarcas del entorno del presidente desde hace tres décadas de esta región de Rusia, Nursultán Nazarbaiev, cuyas relaciones con el capital extranjero son excelentes. Con ese capital extranjero, occidental, esos oligarcas explotan exitosamente los incalculables yacimientos de la zona.
Ahora bien, es muy probable que las protestas populares, sofocadas brutalmente por las autoridades a la manera de los zares, fueran espontáneas porque la sinvergonzonería de esas élitas postcomunistas, fabulosamente enriquecidas comercializando con algo que ellas no han creado, llegase a colmar el vaso, pero también es cierto que cada vez que ocurre algo similar, Occidente, ese tiburón disfrazado de delfín demócrata, se da prisa por aprovecharse de la situación para cazar en aguas turbias. Y es entonces cuando Rusia envía tropas de ayuda cuyo papel es evitar que la situación se descontrole en beneficio de otros.
Desde el Imperio Romano, Occidente siempre se ha guiado por la pasta. La romanización y la culturalización solo son consecuencias de esa conquista. El Imperio Ruso -después Soviético-, siempre ha tenido intereses políticos, no culturales ni económicos. La misión de los militares es llevar a cabo un plan muy concreto; apoderase, sin ningún miramiento de un trocito de territorio, de algún punto estratégico, no sé, de algo, por regla generar, importante que permita a Moscú mantener su influencia y no arruinar el legado imperial de Pedro I El Grande.