Píldoras del engaño
Miguel Delibes, el escritor -¿quién conoce hoy día a Miguel Delibes, el escritor? -dijo en una entrevista, poco más o menos, que después de una intervención quirúrgica de cáncer no quedas bien. Sigues viviendo, sí, pero no estás bien. No tienes esa vida normal que los médicos te habían prometido.
Porque llevar una vida normal para una persona significa hacer todo lo que hacía antes de la intervención, o incluso antes de la enfermedad. Y para Delibes esto significaba salir a pasear por el campo, ir a cazar, recorrer a pie kilómetros y kilómetros.
Y tras la intervención médica ya no pudo hacer nada de eso.
La principal promesa de la evolución tecnológica actual es la confianza absoluta en sus posibilidades. Hablando en términos de salud esto significa que podemos comer cualquier cosa -helado sintético, carne casi artificial, frutas mojadas en veneno-, que podemos hacer toda clase de insensateces -correr con el coche a más de 200 kilómetros por hora, saltar a un precipicio con una cuerda atada a los pies-, porque si enfermamos -o tenemos algún accidente- los médicos nos salvarán.
Píldoras del engaño
Vemos miles de anuncios de fármacos milagrosos que curan rápidamente nuestras enfermedades. ¿Sin embargo. las curan o no? ¿Y qué hacemos cuando no las curan? Probamos otro y luego otro y al final, como recomienda el propio fármaco, vamos al médico. También los hay miles. Tampoco faltan hospitales que se cuentan por cientos y cientos. Con millones de aparatos dentro que nos chequean. Y mientras nos chequean estos, se siguen inventando otros aún más modernos, con mayores probabilidades de dar con la solución de tu problema.
Y todo eso forma parte de la industria de la salud. ¿O de la enfermedad?
Bueno. El caso es que se trata de una industria, sea cual sea; de la salud, de la enfermedad, o más bien de la ilusión etc. Y una industria, según los criterios económicos capitalistas, no debe dejar de producir.
Soy profesor y cada día estoy rodeado de cientos de niños que muchas veces se ponen malos. La mayoría llevan su pastillita en la mochila y acuden a ella en seguida. Los que no la tienen reciben una en el consultorio escolar. Después de tomar la píldora siguen con sus cosas como si nada, es decir recuperan el estado de normalidad prometido. Y aunque tienen ya la boca llena de caries, no dejan de comer dulces y de tomar bebidas muy azucaradas porque la estomatología les ha prometido una solución también para eso.
¿Pero qué ocurre cuando la ilusión no se cumple?
¿Cuando el fármaco no cura del todo, la intervención quirúrgica falla, el implante dental se cae porque el tegido ya está podrido por culpa de toda la mierda ingerida antes? Pues ocurre que te jodes. O que te joden. Y entonces empieza a darte envidia aquel abuelito de más de cien años que viste en televisión: aún con su dentadura natural, con buena memoria y habla coherente, con piernas sanas y el corazón sin bypasses. El caso es que ese abuelito ha vivido en un pueblo lejano, perdido en la montaña, adonde no pueden llegar las ambulancias, donde no hay hospital, ni farmacia, ni tampoco médico de cabecera. Este abuelito no ha subido nunca a un coche moderno cuyos comodísimos asientos dificultan la circulación en las piernas, joden la espalda y atascan la evacuación. Ese abuelito ha respirado otro aire, ha comido otras cosas directamente sacadas por él mismo de la tierra y no a tenido por costumbre atiborrarse. No ha tenido píldoras a su alcance porque allí donde vive no hay farmacia donde comprarlas y cuando se ha sentido mal, solamente ha rezado. Es decir nunca ha estado irremediablemente enfermo y a sus ochenta años, cuando muchos ya se están muriendo habiendo llevado a cuestas desde hace una década, o incluso más, alguna enfermedad „curable sin problemas”, estaba mejor que tú a tus cincuenta.
Y la pregunta es ¿no sería mejor prevenir antes que intentar curar después? ¿No sería mejor no ensuciar el entorno, no producir comida mala y educar a la población a alimentarse correctamente? La respuesta probablemente es „no” porque en este caso dejaríamos de producir y la producción es la base de la economía capitalilsta, su motor, su batería, aunque lo que produzcamos sea mierda.