Laz cozaz de Dioz eztán bien hechaz
Lo mejor es no escribir, no publicar, no “crear”. Lo mejor es no hacer nada. Porque lo desconocido siempre será más interesante que lo conocido, que lo ya existente.
“Pieso hacer esto”, dices y empiezas a describirlo. Y al describirlo pones más imaginación que realismo. Y lo que sale es “¡Joder, parece interesante!”
Lo hecho, ya está hecho y no tiene el encanto de lo que aún está por hacer.
Haciendo el hombre estropea. Mejor es no hacer nada. Todo lo que hace el hombre, aunque ese hombre sea un genio, acaba destruyéndose, porque el hombre no es Dios.
Tomemos, como ejemplo, La Sagrada Familia, obra de un hombre afectado sin duda por el genio, concebida y empezada por él desde una iluminación extrasensorial, no humana; continuada, desarrollada y transformada después en una mole de cemento espectacularmente monstruosa.
Mientras volaba por encima de las nubes, de vuelta a casa tras mi último viaje a Barcelona, veía allá abajo los relámpagos que, desde enormes y pesados nubarrones, se descargaban sobre la tierra. Y entonces me pregunté ¿qué coño estoy buscando yo aquí, en el cielo, a miles y miles de metros de altura, encerrado en este pájaro metálico inventado por el hombre que en cualquier momento se podría caer? El aire es el elemento de los pájaros que nunca se caerían porque son una creación perfecta, hecha para volar.
El hombre es incapaz de crear algo que dure eternamente. Pero lo que desaparece, por su culpa, desaparece para siempre. Ese hombre, tal como lo conocemos ahora, ha evolucionado erróneamente hacia una creación desequilibrada, muy poco racional, incapaz de encontrar su lugar en la naturaleza y de valorarlo.
El hombre perfecto sería Nilo el joven, del relato de Miguel Delibes “Los nogales”, medio idiota abobado cuyo aprendizaje sólo llegó a esta lección: “Laz cozaz de Dioz eztán bien hechaz. Yo no quero hacer un pecado”.