Mi primo Guenadio

Mi primo Guenadio

Mi primo Guenadio

Uno cree que nadie ve cómo pasa el tiempo mejor que un profesor. Los alumnos llegan a él en oleadas y también en oleadas se alejan. Se alejan y se pierden en ese mar que llamamos vida. Mientras los mira, tan pequeños o tan jóvenes, uno piensa, casi con el estupor de un descubrimiento, que algún día serán viejos. O incluso que dejarán de ser.

Uno, de vez en cuando, se encuentra con alumnos que apenas reconoce, que a sus 30 años ya lucen calvas relucientes y han criado tripas muy nutridas. O se encuentra con muchachas, que uno recuerda muy esbeltas y un poco locas, y a las que ahora ve llenitas, bastante sosas, apaciguadas por los años. Y no puede dejar de pensar en que también su tiempo se va, en que, por muy bien que se conserve y por mucho deporte que haga, en este árbol los pájaros ya no se posan, o se posan menos.

Y no puede olvidar que, años atrás, las chicas, al verle con una cazadora de cuero, le preguntaban si también tenía moto. Uno no tenía moto pero tenía mayor potencia en la piernas, tenía un corazón más resistente, cabellos largos y sin canas, y todo eso se le notaba en el cuerpo. Su cuerpo era la moto en la que las chicas querían cabalgar.

Hace cosa de un mes me visitó mi primo Guenadio. Vino a Bucarest para resolver cierto asunto. Por la tarde pasamos unas horas sentados en una terraza en el casco antiguo, comiendo y tomando algo. Hacía un día estupendo y las chicas desfilaban ante nosotros, todas sexys, todas locas. Mi primo es conductor de camión y desde siempre ha tenido la costumbre de piropearlas con bocinazos de su truck.

– Cuando tenía 20 años menos –dijo- me miraban, sonreían y me saludaban con la mano. Ahora cuando las pito, me miran sin sonreír y hasta puedo leer en sus labios el insulto.

(septiembre, 2018)

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