Maestro, tú a lo tuyo
Aún hay países donde a los niños se les dice la verdad: “Preparaos que la vida es dura”. Y se los educa en consecuencia. Cuando vayas al médico, te va a doler, y el crío, que no es nada tonto, se va preparando mentalmente para el sufrimiento que le espera tras la puerta del consultorio. Algunos incluso se llenan de valentía y te dicen al final, tan felices: Papá, no me ha dolido nada. Y tú piensas, satisfecho, que la primera, aunque pequeña batalla, al miedo ya la ha ganado. Si se lo ocultas, te va a increpar, histérico: ¡Me has dicho que no me va a doler y mira! Has perdido ya un poco de su confianza en ti, y para él empiezas a tener algo de adulto imbécil.
En Europa, los Estados Unidos, Canadá y en otras partes civilizadas del globo terrestre, la tendencia es poner a los educandos maestros blandos, monitores simpáticos, profes majos que hagan de todo menos enseñar, instruir, mostrar el camino a seguir en la vida. Para eso existen ya –agárrense bien- expertos en educación, psicólogos, abogados u otros oficios de traje y corbata que antes de abrir la boca colocan con aplomo en la mesa sus carpetas con leyes, normas y reglas: Maestro, tú no te metas, dedícate a lo tuyo y lo tuyo es no gritar, no señalar con el dedo, no corregir –ahí sí que la cagas, con perdón, si te atreves-, no fastidiar.
Pero estos peques que han sido tratados con tanto cariño, cuando llegan a adultos y empiezan a trabajar, encuentran jefes despóticos y perversos que les gritan, los señalan con el dedo, los discriminan o los echan a patadas por incompetentes, blandos e inservibles.
Vi en televisión un reportaje sobre la visita a un instituto español de un grupo de alumnos chinos. Sentados correctamente, muy disciplinados –término caído en desgracia por esas tierras nuestras- los estudiantes del país de Mao estaban siempre pendientes de las instrucciones de la monitora, muy mona, que les habían asignado. Cuando la chica hacía una pausa, salía un rato o simplemente dejaba de hablar un momento, los jóvenes asiáticos se miraban entre sí con una expresión de ligero desconcierto en los rostros: ¿Y ahora qué sigue? ¿Hacemos algo o nos van a tener aquí sentados, cruzados de brazos?
Para algunos alumnos el maestro sigue siendo maestro, con todos los atributos que la sociedad le ha otorgado: enseñar, disciplinar, corregir, abrirles las puertas hacia el conocimiento. Que no les extrañe luego, señores, que sean ellos quienes ganen medallas en concursos internacionales de matemáticas, física o química, con la casi segura perspectiva de conseguir en el futuro puestos de trabajo bien remunerados en empresas europeas o estadounidenses, donde no contratarán a nativos que en sus años de aprendizaje fueron tratados con dulzura por sus comprensivos maestros.
Estupendo texto, estupendo análisis.
Gracias,Vinicius. ¡Me alegra mucho verte de nuevo por aquí!
Así es !! Muy buen artículo
Excelente!
¡Gracias, Andreea!