En Rumanía el trabajo tiene que ir lento. “Ahora mismo” significa que puede esperar. ¿Cuánto? Nadie lo sabe exactamente. Al eficiente se le mira con malos ojos. Es el que estropea el ritmo de “las cosas van bien como van”.
Si piensan venir a este país, ármense de paciencia, vayan donde vayan. En las tiendas las cajeras pulsan las teclas con mucha calma. Nadie en la cola muestra ni pizca de irritación. ¿Para qué? Este es el ritmo. En el hospital el médico puede hacerte esperar horas tumbado en una camilla. ¿O acaso piensas morirte ya? El del taxi, aunque esté libre, puede decirte que está ocupado. ¿Acaso es el único taxista del mundo?
Me divierten los que se preguntan cómo puede ser que en Rumanía, país europeo, no haya suficientes carreteras. Pues porque el rumano no tiene ninguna prisa. No quiere llegar ni más rápido ni más lejos. Simplemente, no quiere llegar. Sólo quiere estar. Sin más. Ha descubierto lo más valioso: también se puede vivir así, estando.