Lucía es sin duda la chica más guapa y más lista del liceo. Es alta, tiene un cuerpo esbelto y fino y una cabellera linda y moderna. Ningún grano le afea la piel de la cara, limpísima y luminosa cual la luz de un día con sol.
Lucía es tan perfecta como una serpiente.
Cuando va por el pasillo, todo el mundo se aparta para dejarla pasar. Ella no contesta los saludos, no mira a nadie, no sonríe. Ese mismo mundo, que Lucía pisa así como una diva famosa se mueve por la superficie de un escenario, debe quedar para siempre bajo sus pies. ¿Por qué? Porque ella lo ha decidido así. Punto.
De vez en cuando se la ve en compañía de alguna sombra. Es decir de alguien a quien Lucía escoge como juguete para matar un rato el aburrimiento.
La víctima de turno ha de ser ser más fea, más tonta y más gorda que ella. (Perdón, pero los adolescentes no suelen usar términos socialmente correctos). Y es mejor que tenga granos en la cara, pecas o cualquier otra marca que en su opinión estropea los rasgos.
La víctima se ríe cuando ríe Lucía, se levanta de la silla cuando se levanta Lucía, se sienta cuando se sienta Lucía. Si le manda estar en clase de palique y dar por saco a los demás, y también al profesor, la víctima obedece aún a riesgo de que le pongan una mala nota. La víctima hace todo lo que hace Lucía pero siempre en un segundo plano, allí donde repetimos lo que hacen otros, donde imitamos a los que consideramos superiores.
Ayer Lucía estaba sola. No se alegren, no es lo que esperan. No estaba sola porque los demás por fin se hubieran dado cuenta de cómo es. Estaba sola porque se había cansado de la última víctima y andaba buscando otra. Como hay tantas, claro, Lucía se ha vuelto ya un poco caprichosa.
(publicado el 02 de 05 de 2012, en proscritosblog)