Hechos no errores
León Trotski en su libro Stalin describía al dictador como a un mediocre, siniestro y cruel charlatán que jamás intervenía abiertamente en discusiones ni tomaba la palabra en congresos. En las cárceles donde estuvo encerrado -condenado por la policía zarista-, solía entablar amistad con toda clase de sujetos y rehuía adrede el trato con los presos intelectuales. En general Stalin se mostraba huraño y pusilánime con las personas cultas y las trataría con desprecio luego cuando llegaría al poder.
A fin de cuentas, Stalin no era ruso y no había estudiado en centros de enseñanza importantes. En consecuencia, no dominaba el idioma de Lenin, a quien aparentemente admiraba, lo suficientemente bien como para defenderse en debates cara a cara. Es más, según algunos historiadores ni siquiera participó en la revolución pues, dado el azar que siempre acompaña esa clase de empresas, temía acabar entre los perdedores. De hecho, los investigadores de su biografía resumen los arrestos y fusilamientos posteriores de antiguos compañeros de lucha revolucionaria en una sola frase: ningún testigo de esa actitud debía quedar con vida.
Tampoco se conoce ningún libro suyo antes de que llegara a convertirse en máximo dirigente del Partido Comunista y de toda la URSS. Solo entonces se publicó una colección de escritos completos que, según el mismo Trotski, seguramente habían sido redactados por otros. En cambio, era un gran maestro de la intriga y del tejemaneje oculto, del golpe bajo dado siempre por la espalda.
Uno, que aprendió de sus profesores que la historia es una sucesión de causas y sus efectos no puede evitar de vez en cuando imaginarse en el mismo lugar hace exactamente un siglo. En Rusia había triunfado la Revolución Socialista salvando dicho país del colapso económico y militar que amenazaba con destruirla sin remedio. En el momento oportuno un mal vino a curar; y aún no sabemos cuál es peor.
Durante la Guerra Civil rusa se fue forjando un Ejército Rojo de una fuerza formidable en cuya vertebración, pieza por pieza, estuvo involucrado directa y activamente el propio León Trotski y precisamente ese ejército, armado como pocos en esa época, fue capaz de plantar cara y derrotar la monstruosa maquinaria de guerra alemana en la II Guerra Mundial. Su comandante, tovarichi Stalin, no solo dirigia sus fuerzas armadas, asesorado por altos mandos de la Stavka, sino que inspiraba a los soldados a luchar por la Patria hasta la muerte.
Y uno no puede evitar pensar que él mismo es el resultado de todo este encadenamiento de circunstancias históricas nefastas para algunos, afortunadas y victoriosas para otros. Sin la Revolución Socialista de 1917 mi padre, de origen modesto, no habria econtrado a mi madre, procedente de una familia unida y mejor organizada. Se conocieron en la universidad, lugar de reunión de todos los jóvenes soviéticos, independientemente de su extracción social, deseosos de cursar estudios. Dentro de un mismo pueblo se producía una mezcla demográfica entre distintas capas sociales que sin el derrumbe de los antiguos estamentos nunca habría sido posible. Hombres y mujeres, por igual, ricos y pobres, se encontraban en el estudio o en el trabajo.
El genio ¿demoníaco? de Lenin, las intrigas de Stalin y la disciplina y metódica organización de Trotski cambiaron el mundo para bien o para mal. ¿Podría haber sucedido de otra manera? No lo sabemos. Lo único que podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que en la historia no hay errores; solo hay hechos.