En esa nueva disputa entre Rusia y Occidente la cuestión es saber quién está mintiendo, o quién está mintiendo más.
Con Rusia las cosas están claras (al menos desde mi punto de vista): Rusia nunca ha actuado como defensora de la libertad. Para los rusos los derechos del hombre siguen siendo chorradas. En Rusia se opina que el hombre debe buscar las causas de sus desgracias en sí mismo. Al débil no le ayuda nadie. De él se ríen, o lo ignoran abiertamente, es decir, sin disimulo alguno. Abreviando: en Rusia vales si te haces valer por ti mismo, no si alguien está dispuesto a defenderte como persona. Por eso digo que de los rusos no espero compasión. Nunca han sido compasivos con nadie, ni siquiera con ellos mismos.
De Europa, en cambio, esperaba otra cosa. Reconozco que me ilusioné con la idea de una sociedad más justa, más preocupada por ser humano, en fin, más acorde con el espíritu de libertad, igualdad y fraternidad. Esperaba todo eso porque, desde que demolieron el muro de Berlín, Europa asumió el papel de defensora de la democracia.
A mí no me molestó que Europa, bajo el pretexto de democratizarnos, nos invadiera. La Unión Europea (a diferencia de la Unión Soviética, que no negociaba, sólo enseñaba el Kalash), antes de devorarte como Polifemo te propone un trato. Depende de ti, como país, conseguir condiciones más o menos favorables.
Rusia no hace tratos. Se planta, se lo queda todo y te deja en pelotas. Me molesta que este socio de turno mío, país fronterizo, aún no lo sepa. Me molesta que aún se quede perplejo ante jugadas tan perfectas en su alevosía como fue la reincorporación de Crimea recientemente llevada a cabo por el Krémlin.
Y pregunto, por tanto, a este nuevo socio, a Europa ¿cómo va a defender la integridad territorial de la República Moldova si los transnistrios quisieran de pronto ser rusos? Y si a Europa en ese caso se le arrugan los cojoncitos ¿para qué diablos necesito un socio así?
( 31/03/2014, en proscritosblog)