Cuatro líneas
- Si en mi época escolar los que tenían dificultades para fijar algo en la memoria eran dos o tres, en un grupo de treinta, hoy día solo dos o tres son capaces de aprender una poesía, no demasiado larga, una o dos estrofas de tres o cuatro líneas como mucho.
Cuando era niño, la variedad de informaciones que llegaba a mi cerebro era asombrosa. Me refiero, en primer lugar, a aquellas informaciones que no están desvinculadas de las sensaciones físicas o experimentaciones prácticas. El simple caminar de cada día hasta la escuela era una especie de exploración y descubrimiento incesantes. Examinaba árboles y pájaros, me detenía a contemplar el avance de algún escarabajo especialmente grande, seguía con los ojos la trayectoria de alguna mariposa o admiraba el trepar ágil de los gatos a los tejados. Una vez me detuve para observar, totalmente absorto, un apareamiento canino en plena calle. Una madrugada salí a correr y vi como un empleado de los servicios municipales disparaba con una escopeta a un perro vagabundo que trataba de escapar, enloquecido por el terror.
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