Vacunados y apestados

Así acaba el primer cuarto del siglo XXI -que arrancaba con grandes promesas de libertad, sobre todo para aquellos pueblos que acababan de salir de la dictadura del comunismo-, con un espantoso abuso contra la libertad misma, abuso consentido por la sociedad en su conjunto, dividida, en el día de hoy, entre vacunados y apestados. Los apestados, evidentemente, son aquellos que han rechazado la vacunación.

Un politólogo y sociólogo rumano de cierto prestigio local comentaba en un canal de televisión, sin ocultar su alegría, que algunas universidades americanas, entre ellas Columbia University, ya no admitirán para el principio del curso que viene en sus campus y aulas a profesores y estudiantes sin vacunar. El politólogo consideraba el hecho absolutamente justo aunque ello suponga pisotear derechos y libertades -son sus palabras, literalmente-, e insinuaba, de una manera algo brusca, la necesidad de tomar la misma medida con los profesores y estudiantes rumanos.

Afortunadamente esta intervención agresiva fue combatida enérgicamente en el plató, que contaba, además, con la presencia del ministro de educación actual, igualmente propagandista muy activo por la vacunación multitudinaria del personal docente, querámoslo o no, que explicaba muy tranquilamente que la vuelta a las aulas de cientos de miles de alumnos rumanos, todos de repente, tras casi un año de clases a distancia, no suponía ningún peligro. Lo mismo este siniestro señor, que el ejecutivo del que forma parte y que el presidente del país, capitán de esa tropa de esbirros armados de jeringuillas, todos a una consagran sus desvelos no a gobernar, al menos medianamente bien, un estado endeudado ya hasta las cejas, donde los recortes salariales son la única medida económica que se puede tomar, sino a vigilar que todos sus ciudadanos, sin falta, acaben vacunados. Y uno, con no más de dos dedos de frente, fácilmente puede concluir que al mando de países no están gobiernos locales sino compañías multinacionales, en este caso las farmacéuticas.

Y lo peor es que con esa clase de sociopolitólogos, creadores de opinión, están de acuerdo, nada menos que los propios médicos, que ya no defienden al paciente sino el medicamento. La medicina rumana actual ha dejado de volcar su atención y cuidado en los enfermos para manifestarse abiertamente en defensa de los fármacos, sobre todo de aquellos fabricados por las grandes compañías farmacéuticas. ¡Y esto es horrible!

La separación entre vacunados y apestados es tan patente que aquellos que no sufrieron ningún problema como consecuencia del pinchazo milagroso no ocultan su contento; me veis aquí, dicen, vacunado, vivo y feliz, pensando en el viaje del próximo verano. ¿Y tú a qué esperas? No seas gilipollas, vacúnate. Una exhortación hecha con doblez y mala sangre. Llaman a esto “solidaridad” e incluso han diseñado ya una ley, según tengo entendido, con este principio tan en boga hoy día.

Para mí la solidaridad humana viene a ser otra cosa. No es aceptar y seguir ciegamente lo que piensan, dicen o hacen los demás, no. Entiendo por solidaridad un mínimo esfuerzo de intentar comprender el modo de ver las cosas de otro. Sin ese mínimo esfuerzo no somos una sociedad sino una manada hambrienta de víctimas solitarias. Yo no he intentado obligar a nadie a que se vacune, ni a que haga algo que no le conviene, y lo único que pido es que conmigo no intenten hacer lo contrario.

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