Navalny Sandu Tikhanovskaia

Navalny Sandu Tikhanovskaia A los luchadores por la democracia en el antiguo espacio soviético, Tikhanovskaia, Navalny, Sandu, los une un solo eslogan
Navalny Sandu Tikhanovskaia Lukashenko Putin

A los luchadores por la democracia en el antiguo espacio soviético, los Tikhanovski, marido y mujer, el matrimonio Navalny, Maia Sandu, los une un solo eslogan: ¡Hay que luchar contra la corrupción! Los corruptos son los oligarcas y líderes postcomunistas que tienen el sistema bajo su control y no dejan que las compañías extranjeras ocupen el mercado.

El cuadro es muy curioso. Por un lado tenemos a un Alexei Navalny, aparentemente preparado para gobernar, pero sin resultados políticos concretos a quien Putin llamó “figurón” a secas, “un payaso”, y quien, para muchos rusos taciturnos, con mucha mala leche congénita o acumulada a lo largo de su vida, no es sino un simple youtubero histérico que proclamaba su lucha contra la corrupción chillando de manera enervante y crispando inútilmente el ambiente en el país. Serguey Tikhanovski, el luchador bielorruso en contra de los abusos de los funcionarios del estado, también tuvo su canal de youtube llamado “Un país para la vida de los funcionarios” donde presentaba, recorriendo el país con un micro y una cámara -y sin ponerse excesivamente sentimental, hay que reconocerlo-,  sus investigaciones de corrupción.

Vemos asimismo a Maia Sandu, ganadora de las elecciones moldavas, que ya como presidenta, durante muchos y largos meses no fue capaz de formar gobierno, negándose rotundamente a negociar con los corruptos que, dice, la rodean, abocando el país a un colapso económico y social muy serio.

Y está también Svetlana Tikhanovskaia, ama de casa y esposa de Serguey Tikhanovski, candidato a las elecciones presidenciales y opositor de Lukashenko, admitida como candidata en lugar de su marido encarcelado por disturbios y, según muchos bielorrusos ya hartos de los abusos de Lukashenko, la verdadera ganadora de las elecciones presidenciales bielorrusas.

Tres circunstancias, a cuál más estrafalaria, que conjuntamente forman el espectáculo grotesco de la realidad.

Las potencias occidentales contemplan desde el exterior el cuadro y permanecen al acecho de cambios que, al igual que pasó con la Unión Soviética, terminan haciendo añicos el sistema por dentro para, desde fuera, aprovecharse de sus ruinas llenas de tesoros. Tras el hundimiento del estado soviético, cuando la gente se volvía loca o se suicidaba después de quedarse sin los ahorros del toda la vida como consecuencia de la destrucción brusca del rublo, a nadie, a ningún líder demócrata extranjero le importó lo más mínimo lo que acarrea el colapso que con sus actitudes –necesarias, tal vez, no lo niego y acaso también sanas y recomendables como un diagnóstico correcto de cáncer pero, por otro lado, también arrogantes, irritantes, escandalosas e invasivas– generan políticos como Navalny, Maia Sandu y Svetlana Tikhanovskaia.

La democracia occidental, de cuyos valores hacen tanto alarde líderes como Joe Biden, reposa sobre el bienestar, es decir sobre el capital. O bien, hablando en plata, sobre la pasta. Quitémosles esa pasta a todos aquellos que salen a apoyar a Navalny con lucecitas teléfonicas –hay que hacerlo, claro, hay que condenar cualquier abuso ocurra donde ocurra, en Rusia, en Moldova o en El Congo–, dejémosles, repito, sin ese bienestar que en Occidente está en todas partes -y me alegro por ello– porque no ha sufrido ese cambio brutal  de un sistema por otro, quitémosles la tranquilidad que supone el confort, como nos lo quitaron a nosotros, un confort algo precario, cierto, pero real, al hundirse nuestro país de origen, y veremos entonces las ganas que van a tener de defender los valores democráticos pisoteados en otros países.

Mihail Bulgakov venía a decir que la dignidad del ser humano se pone a prueba sólo en circunstancias indignas. No creo, por tanto, que una dignidad humana asentada sobre el capital sea posible.

En el espacio soviético se han sufrido abusos y se siguen sufriendo ahora. A la gente le fue inyectada la vacuna del abuso a la fuerza como a mí me quieren inyectar la de Pfizer o Astra Zeneca contra el Covid. Y todo ello en una Unión Europea supuestamente libre, intentando hacerme creer que esto es imprescindible, independientemente de que esté de acuerdo yo o no. Dejemos de cometerlos todos, dejemos de cometer esos abusos y entonces empezaremos a creer a Navalny, a Maia Sandu y a Svetlana Tikhanovskaia; a Macron, a Merkel, a Biden y a Netanyahu y dejaremos de confiar en Putin, Lukashenko y Maduro.

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