
me aburro
simple deslizar del dedo arriba o abajo por una pantalla
Me aburro
Título alternativo: Tu teléfono mucho más listo
Uno admite dar por perdidas ya algunas batallas y que no ve cambios a bien por mucho que intenten convencerle de lo contrario. Este artículo es un intento de resumir lo que he venido observando a lo largo del tiempo relacionado con los inventos técnicos -o tecnológicos-cuyo número no para de crecer, haciendo especial hincapié en el papel que juegan en la vida de los menores de edad.
Ya desde el principio podría señalar que dichos ingenios aportan poco -o no aportan nada- a las capacidades intectuales y profundamente cognitivas de un niño. Como maestro no me sirve que su inventor fuera un genio de la tecnología si el beneficiario del artilugio es un adolescente con graves problemas comportamentales que a sus catorce o quince años no ha conseguido aprender a leer y a escribir medianamente bien en su lengua materna. O si lo emplea un mozalbete todavía cándido que empieza su aprendizaje y que, por su edad, está mucho más cercano a entretenerse con un simple palito.
Hoy, el teléfono móvil ha limitado su propio uso, en las manos de un niño, a un simple deslizar del dedo arriba o abajo por una pantalla
Hace apenas un par de décadas un niño aún podía jugar, sin ninguna dificultad, con ese simple palito manejándolo de mil modalidades. Y esas modalidades brotaban de su propia imaginación. Hoy, el teléfono móvil, ingenio técnico muy complejo y perfeccionado mediante incesantes innovaciones, ha limitado su propio uso, en las manos de un niño, a un simple deslizar del dedo arriba o abajo por una pantalla. Y por mucho que los representantes de la industria traten de persuadirme de que su invento representa un salto cualitativo en el progreso de nuestra civilización, uno que lleva treinta años desempeñando su trabajo de docente en un centro escolar de buen nivel que reúne primaria, secundaria y bachillerato y se encuentra en una capital europea, no lo ve en absoluto así.
Observo por todos lados, en el metro y en las estaciones de autobús, en los bancos de los parques o en las cafeterías de los centros comerciales, en los recreos de mi escuela y a veces incluso durante la clase a niños, niñas y adolescentes recorriendo con el dedo la pantalla de sus móviles. Ante sus ojos, que permanecen sin parpadear un tiempo indefinido -una de las causas, entre otras cosas, en mi opinión, del ojo reseco- se despliegan miles de imágenes, rebobinándose de manera incesante y que apenas retienen su atención. Esa operación, vacía de sentido y repetida durante horas, ha deteriorado de manera irreversible la capacidad de pensar del alumno que no es capaz de ofrecer, después de un breve proceso reflexivo, una respuesta sencilla. Es algo que hoy encontramos cada vez más a menudo en las aulas de clase de todo el mundo. El profesor hace la pregunta y es también el profesor quien, enfrentado al desentendimiento, al final debe contestarla.
A pesar de que existe en la tierra inteligencia humana todavía inagotada, constantemente renovable y lista para seguir siendo aprovechada, la sustituimos por toda clase de aparatos y aparatitos que despiden al ser humano de su área de actividad. Trabajos tan sencillos como atender al comprador o limpiar, y que podrían dar un empleo elemental a miles y miles de solicitantes de ocupaciones humildemente remuneradas, empiezan a ser ejecutados por mecanismos. De manera que, por un lado, destruimos, desde la infancia, destrezas connaturales e innatas para la vida y concluimos el ciclo en la edad adulta, inutilizando por completo al ser humano al echarlo de la vida útil para siempre. Y por mucho que porfíen en hacerme celebrar los así llamados logros tecnológicos, veo muy pocos motivos de alegría porque siempre me pregunto qué va a pasar, en adelante, con el joven desmemoriado e ignorante. O a qué se va a dedicar el adulto expulsado por un desalmado mecanismo de su puesto de trabajo que le proporcionaba medios básicos para el sustento y donde se sentía necesario.
El transcurso desde la tierna infancia hasta la dorada ancianidad significa repetir de manera rutinaria un día a día abrumador y solo después de haberlo recorrido nos parece que fue demasiado corto. “Me aburro” es una frase que escuchamos a menudo los educadores. “Me aburro”, dice el niño que no tiene noticia de las mil formas de ocupar el tiempo porque no le fueron enseñadas. En el futuro adulto se deben educar, consolidar y pulir primero, todas las destrezas que él pueda realizar valiéndose de las habilidades brindadas por su propio cuerpo. Tirar y coger ágilmente una pequeña pelota, afanarse en cortar con las tijeras, fijar un clavo con el martillo, manejar un destornillador o una aguja son acciones similares por su naturaleza y con una finalidad práctica inmediata que permiten contemplar a su término el resultado del proceso que él párvulo ha iniciado. De esa manera la inteligencia natural, por él ignorada, se manifiesta en la práctica a modo de asombrosos descubrimientos personales. Y es mucho menos probable que el niño conocedor de sus propias mañas termine siendo víctima, con el tiempo, del atrofiador aburrimiento. A no ser que nos apresuremos a ponerle delante, y muy pronto, un aparatito luminoso presentado por nosotros mismos con la seductora etiqueta de “ tu teléfono mucho más listo”.

Cuatro de cada diez padres opina que fue un error comprárselo, y que el teléfono móvil llegó demasiado pronto (abc.es)