El referéndum de Cataluña es una aventura política completamente irresponsable. Y es una pena que una Europa Unida admita y tolere en su seno aventuras políticas -y políticos aventureros- que fomenten en el pueblo ciertas voluntades de las que luego se aprovechan.
Afirmar que España hace imposible la coexistencia de varios pueblos dentro del mismo estado y, sobre todo, creérselo, es de risa. España no es una dictadura. España respira libertad, prosperidad y buen ambiente. Tiene lengua, moneda y tradiciones comunes. Tiene régimen democrático y un rey bondadoso. No hay motivos reales para la pretendida separación. No existen. Sencillamente no existen. Las disensiones no son tan graves como para no poder solucionarlas con negociaciones.
No es este el problema y no es esta su solución.
España, en estos momentos, da mucha pena. Se encuentra completamente sola en su sufrimiento de estatalidad frustrada. España no ha logrado consolidarse como estado y a comienzos del siglo XXI empieza a desintegrarse. Debe ser muy frustrante.
Bueno, por un lado tenemos a España contemplando con tristeza su mantel roto, pero ¿dónde está Europa? ¿Nos une de verdad esta unión o bajo la manta que ha tirado sobre todos nosotros podemos empezar a dividirnos como feudos cada vez más pequeños con la excusa de que ya no nos hacen falta estados, de que es suficiente una Europa unida que mira por todos nosotros?
Si esto es así entonces España está de enhorabuena. Se ha librado por fin de Cataluña, un lastre, una inflamación molesta en su cuerpo. ¡Que se vaya! ¿Para qué reternerla a la fuerza?
¿Y ahora a quién le toca el turno para seguir el ejemplo? ¿Quién es el siguiente? ¿El País Vasco, Galicia, Navarra, Valencia? Que se vayan también. Que se vayan todos. Que se quede Castilla, sola, como hace 500 años. No le veo ningún problema.