Alf de Alfonso
– Me ha gustado mucho España –dice Anatoli con cierta nostalgia-. Volvería. Aún hablo por teléfono con mi jefe. Pero mucho me temo que él se encuentre ahora peor que yo.
En el pueblo hay pocas casas como la suya. De sus padres heredó una casucha vieja, a punto de venirse abajo. Con el dinero que había ganado la “modernizó”, como le gusta decir, y ahora tiene de todo: gas, agua corriente fría y caliente, antena parabólica, internet.
– Cuando me fui del país–dice-, apenas sabía hacer nada. Pero la construcción iba tan bien y la necesidad de mano de obra era tan grande que no me fue muy difícil encontrar trabajo. Un día Javier, el jefe, me preguntó si entendía de electricidad. Le dije que sí. Me miró extrañado. “Pero vosotros, los moldavos, ¡sabéis hacer de todo, coño!” La verdad es que de electricidad no tenía ni puta idea.
El recuerdo le hace sonreír. Me llena la copa de aguardiente casero y brindamos, deseándonos suerte.– Busqué a un compañero que había sido electricista y formamos nuestro propio equipo. Hacíamos chalets completos, de principio a fin. Javier se iba haciendo rico y a nosotros nos pagaba de puta madre. Sí, buena persona Javier. Pero un día se acabó todo. Ya no vendía nada y el capital que había ido acumulando lo tenía invertido. Total, quedarme allí ya no tenía sentido. Hice mis maletas y volví a casa. Aquí tengo tierras, vacas, cerdos, aves, coche y una casa bonita.
– ¿Y por qué no te casas?
– ¿Casarme? ¿Yo? No tío, no. Las mujeres de ahora no quieren trabajar.
Se oyen ladridos. Se disculpa y sale.
– Es Alf –me dice cuando regresa.
Trae en la mano una jarra de vino fresco. Hace mucho calor y la jarra está cubierta de gotitas de agua.
– Me iría a Moscú –dice después de llenar los vasos-. Pero come, ¡por Dios!
Había preparado un delicioso asado de cordero al horno acompañado de mamaliga (polenta) con queso de oveja.
– En Moscú es donde se construye ahora. En todo el mundo hay crisis pero allí no.
– ¿Y por qué no te vas?
– Por Alf
Alf era su perrito. Le faltaba un ojo. Lo había llamado así porque quería un nombre más europeo –el el pueblo todos se llaman Sharik, Belka o Strelka- y que le recordara España. Alf, de Alfonso.
– Tenemos problemas con el milano y los cuervos. El milano rapta los polluelos y se los lleva. Los cuervos bajan al corral y se comen el pienso; con los picos machacan los polluelos y me los matan, los muy cabrones. Se creen que los granos son sólo para ellos. Alf ahuyentaba a todos, al milano y a los cuervos. Hacía tan bien su trabajo que yo estaba muy tranquilo y podía dedicarme a otras cosas. Pero un día me lo encontré tendido el suelo, en un charco de sangre. Le faltaba un ojo. Los cuervos habían bajado al corral y lo habían atacado. Dicen que los malditos tienen buena memoria y aguardan el momento preciso para vengarse. A partir de entonces me tocó a mí cuidar de toda la granja, y también de Alf. Al pobrecillo ya no le queda mucho tiempo. Está muy viejo. Cuando se muera, entonces me iré a Moscú.
El verano pasado me enteré de que Anatoli ya se había ido. Es decir que Alf. Alf de Alfonso…