¿Qué unión se comió a la Unión Soviética?

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En 2007 cuando Rumanía fue recibida en la Unión Europea yo sabía qué era ser ciudadano de una unión. Se llamaba Unión Soviética. Una unión que se acabó a principios de los 90 del siglo pasado, cuando la mayoría de las repúblicas que la formaron terminaron por desprenderse de ella como un collar del cuello envejecido de una reina. A mis veinte años de edad presencié el final de una vida que había durado algo más de setenta. La vida de un ser humano, más o menos.

En esa unión todo parecía funcionar bastante bien. Había moneda única, el rublo, muy fuerte en el interior de sus fronteras. Podías viajar a cualquier rincón de aquel inmenso espacio sin que nadie te pidiera el pasaporte. Se hablaba la misma lengua, el ruso, y se brindaba con la misma bebida, el vodka. Y la lista podría continuar con libros y películas comunes, canciones que podía entonar lo mismo un moldavo que un uzbeco, chistes –mayor cohesión, imposible- que hacían reír por igual a un ruso, a un armenio o a un yakuto en un territorio donde las distancias eran tales que cuando unos se acostaban otros ya se tenían que despertar.

Esa unión desapareció. ¿Cómo? Pues no lo sé. Unos dicen que la culpa la tuvo Gorbachov, otros, que fue un despabilar masivo de todos esos pueblos. Claro que eso ya no importa. Lo importante es que en su lugar está creciendo otra unión.  Que va engordando a base de zamparse, sin prisas y con buen método, las tierras que de la anterior se han desprendido. Hasta ahora ya van cinco; Lituania, Letonia y Estonia, miembros de pleno derecho, más Moldavia y Georgia en la lista de espera.

Y a uno, que ni es profeta ni se considera más listo que otros, no le queda más que concluir, no sin cierto asombro, que el culpable de esa muerte es quien de ella se ha beneficiado.

(Publicado el , en proscritosblog)

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