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He nacido en la Unión Soviética. No era una nacionalidad sino más bien una consciencia: la consciencia obligatoria y permanente de pertenecer a uno de los estados más fuertes del mundo: CCCP, es decir la URSS.
Nos inculcaban ese modo de pensar por todos los medios y bajo todas la formas, empezando por el himno que hablaba de la Unión indestructible de repúblicas libres, etcetera. Y nosotros lo aceptábamos todo sin hacernos preguntas de ningún tipo. Porque ¿acaso hubiéramos podido dudar de nuestra madre? La madre sólo era una, la que todos conocíamos, la Unión Soviética. Más tarde, cuando resultó que había sido una falsa madre, de pronto nos quedamos todos huérfanos, sin tener un país de origen. Y para no perder esa consciencia de pertenecer a algo, nos apresuramos a agarrarnos a nuestra patria chica, a ese umbral de la puerta por donde salimos antes de que el mundo nos engulla.
La verdad, yo no recuerdo haber sentido nada especial. Tenía entonces 20 o 21 años: y a esa edad no pensamos de dónde venimos sino adónde vamos. Con el tiempo, sin embargo, esa cuestión empezó a preocuparme. Pensaba en ello como si se tratara de una burla del destino. Miraba con envidia a los ciudadanos de las antiguas naciones europeas, observaba su desenvoltura y seguridad, propias de hijos legítimos, que de ellos emanaba.
Una vez, en clase, a un alumno se le ocurrió preguntarme por qué el himno de España no tiene letra. Le contesté lo poco que yo sabía, que no es un himno sino una marcha militar adaptada como himno. Me habría gustado explicárselo mejor, con más matices, pero el muchacho lo solucionó todo con un ¡ajá! deportivo que demostraba que estaba totalmente satisfecho con mi breve explicación.
Más tarde me di cuenta de que lo que entonces yo habría intentado explicar o matizar –a veces lo que tratamos de explicar no es lo que conocemos, o lo que suponemos que conocemos, sino nuestras propias dudas al respecto- habrían sido las preguntas que me sigo haciendo a mí mismo: ¿cómo es posible que un estado artificial como la URSS, que sólo duró 70 años, tuviera un himno con versos compuestos para alabar sabe Dios qué grandeza y que un país como España no haya puesto letra a una historia que dura siglos? Claro que a uno como yo, que fue educado en un sistema totalitario, un sistema que aplasta la personalidad y que lima, hasta eliminarlo por completo el más mínimo atisbo de rebeldía personal, le resulta desconocida este tipo de arrogancia individual, local o regional. Porque es imposible crear una gran historia nacional con pequeñas y a veces demasiado orgullosas historias locales. Tal vez ni siquiera sea necesario. Y quizás por eso empresas de ese tipo, desmesuradamente ambiciosas, casi siempre terminan en estrepitosos fracasos.
Los diccionarios tienen varias maneras de explicar lo que son los “himnos”. Algunos dicen que exaltan las acciones de un pueblo, otros que son cantos compuestos en honor y alabanza de una nación para identificarla especialmente en el exterior. España ha preferido para sí un canto sin letra. No sé a qué razón obedece tal decisión y si fue una decision o una imposición multitudinaria, colectiva y por tanto difícil, incluso inútil de explicar. Ni siquiera sé si es tan importante que un himno tenga letra: el de la Unión Soviética la tenía y sus hazañas fueron exaltadas tan sólo durante 70 años. En cuanto a España, me atrevería a relacionar el hecho con una cierta arrogancia local, en abierta oposición al argullo nacional, colectivo.
En el acto final de la parte festiva de la fiesta, en Tomelloso, donde en 2008 me concedieron el Premio Francisco García Pavón de Narrativa, una vez leídos todos los discursos, se cantó el himno de Tomelloso, la sala entera cantando como una sola alma y una sola voz. De pie, con emoción y orgullo. ¡Orgullo tomellosano! Orgullo de pertenecer a aquel lugar, a aquella tierra manchega de Don Quijote y Sancho. Y decía así el estribillo:
Somos manchegos tomellosanos
Los que cantamos con frenesí,
a la victoria que conquistaron
quienes legaron tan rica vid.
Hidalgo pueblo; por laborioso
bien te mereces este laurel.
Tus fieles hijos de Tomelloso
De ti seremos heraldo fiel.
Visto que se pueden exaltar las acciones de un pueblo, de una comunidad y, más aún, de un club de fútbol, ¿por qué no se podrían exaltar también las acciones de una nación que, al menos ante un extranjero, engloba a todos ellos?
Claro que no soy yo quien debería hacerse estas preguntas ni tampoco quien debería contestarlas. Sólo es el punto de vista de un moldavo cuyo país proclamó su independencia hace apenas veinte años.
(noviembre de 2011)