Siempre he seguido con mucho interés todo lo que sucede en España. En cuanto a la desaparición del Rey Juan Carlos -reconozco que yo, nacido en un país sin reyes ni nobles, donde incluso las palabras señor y señora fueron sacadas del vocabulario y del trato entre las personas y sustituidas por ciudadano, ciudadana o camarada, no entiendo la necesidad de una realeza- podría decir que no me ha llamado la atención el hecho en sí sino otra cosa: lo rápido que muchos españoles tomaron la decisión de borrar su nombre de las calles, plazas y hasta de una universidad. Y cuando algo así ocurre, inevitablemente te preguntas ¿en qué momento nos hemos equivocado, al bautizar calles y plazas con nombres que por algún motivo nos parecen ilustres o al borrar esos mismos nombres de donde los hemos colocado cuando algún incidente, vergonzoso en nuestra opinión, ocurrido en la vida del personaje destacado nos indigna? ¿Quién tiene la culpa de este supuesto error? ¿Los que encumbran? ¿O los encumbrados?
No creo que muchos de los que hayan hecho algo en esta vida -algo importante para los demás, quiero decir-, actuaron con el propósito de que los ensalzasen o les dedicasen estatuas. Procedieron así en determinadas circunstancias históricas y gracias a su particular temple y cordura en solucionar determinados problemas lograron estar a la altura. No soy historiador y veo la historia, según también dice mi hijo de diecisiete años, sólo como una impresión nuestra sobre lo que ha pasado. Entiendo que el Rey Juan Carlos tuvo cierto mérito en la transición española de la dictadura a la democracia, suavizando mucho el paso, haciéndolo más tolerable. También intervino con inteligencia en un golpe de estado que no acabó en un derramamiento de sangre. O sea que el hombre supo hacer bien ciertas cosas que en algún momento beneficiaron a todos. Y precisamente por ello la sociedad española de entonces le mostró su agradecimiento. ¿Cómo? Como ha hecho siempre cualquier país con sus héroes.
Desde entonces han pasado ya unas cuantas décadas y como estos hechos tuvieron lugar en un pasado del que los enfadados por algún u otro motivo de hoy no tomaron parte, a esos mismos enfadados aquellos acontecimientos no les deben parecer muy importantes. De modo que ahora vienen a proponernos su propia lista de héroes. Ya escuché una proposición de homenajear a los médicos que en la conyuntura actual de la pandemia están luchando contra el coronavirus. ¿Son valerosos esos médicos? Por supuesto que sí, que lo son; son autores de auténticas hazañas pero lo hacen cumpliendo con su deber. Lo mismo que el Rey Juan Carlos en su momento. ¿Han exigido algún homenaje? Que yo sepa, ninguno.
Yo creo que lo mejor sería no enaltecer bautizando calles, plazas y pueblos con nombres propios ni a reyes ni a villanos. Nuestra memoria histórica es corta y el reconocimiento muchas veces es mezquino o no existe.
Me divertí bastante hace tiempo al encontrar en un libro de textos para alumnos ”La Calle del Pez”. En mi exrepública soviética viví en la calle de Los Motores. ¡Muy bien! ¿Por qué no llamar las calles así, con denominaciones de animales, plantas, objetos? Así no tendremos que cambiarlos porque no creo que ni los peces ni los motores puedan hacer algo bochornoso que provoque nuestro rechazo. O podemos cambiarlos cuando nos apetezca porque carecen de ese orgullo estúpido, únicamente humano, de elogiarnos entre nosotros por algo que hemos hecho.