Pentágono, Kremlin, Kíev
El amplio desfile de recursos bélicos que vimos desde el principio del conflicto fue montado por los rusos, entre otras cosas, para llamar -o distraer- la atención como diciendo que “aquí estoy yo, que no se metan”.
Pues este era el mensaje muy sonoro que transmitía siempre el Kremlin en la primera fase de su “operación especial” en Ucrania: que no se metan. Tras esa marcha forzada, espectacularmente puesta en escena, y después de adentrarse profundamente en el territorio ucraniano sin gastar un solo proyectil en segar vidas humanas, planeaban empezar a negociar. Y no creo que esperaban ser recibidos a golpes de pétalos. Pero tampoco a impactos de cócteles Molotov, momento muy aplaudido por medio mundo.
En las primeras semanas del ataque vi a un Zelenski cogido por sorpresa y sincero, humano, un Zelenski que exigía negociar a gritos para detener la posible tragedia que podía empezar a cernerse sobre su pueblo. En estas primeras semanas fue cuando los dos países, Ucrania y Rusia, estuvieron más próximos que nunca a negociar el cese de la agresión para poder, luego, ponerse de acuerdo sobre algo. No sé, algo.
Pero los americanos no lo vieron así. Tranquilo, le dirían al presidente ucraniano, nosotros nos encargamos. Y no te preocupes por tus conciudadanos que abandonen el país aunque sean millones. Nuestros socios europeos consentirán en acogerlos sin problemas y asumirán los gastos. En cuanto a las armas, te las iremos mandando cuantas haga falta. Sé paciente y conserva la calma.
Armando a Ucrania y oliendo sangre rusa, en el Pentágono un grupo de desalmados se frotan las manos, dan saltos de alegría y levantan copas de champán por haber recibido en bandeja esa oportunidad; la de atacar indirectamente a Rusia, sueño y pesadilla desde que la Unión Soviética naciera.
Pero, no obstante, el plan de Vladímir Putin sigue vigente, según las informaciones que nos hacen llegar desde el Kremlin. ¿Qué plan? ¿Cuál de ellos? ¿El inicial, el posterior, el actual? No tiene importancia alguna. Al haberse quedado sin planes, lo único que queda por hacer es mandarlo todo al carajo. ¿Qué significa eso? Bombardeo constante y enloquecedor hasta convertirlo todo en ruinas; casas, infraestructura, plantas industriales y energéticas, campos de cultivo. Bombardeo ahora y después cuando la Alianza acabe por anunciar lo que en su opinión podría llamarse “una victoria”. Bombardeo siempre que a los rusos se les antoje ya que, geográficamente, se encuentran a dos bosques de distancia. Y ahora son ellos quienes no tienen ninguna intención de negociar porque no han logrado nada todavía. Derrotados, como ya se les considera aún demasiado pronto, podrían ser todavía más peligrosos que triunfadores.
Sea como fuere, Vladimir Putin, impecablemente trajeado y sin marcas de ningún mal incurable que anunciase su fin inminente, tal y como lo iban vaticinando hace meses los medios de comunicación de medio mundo, condecoró poco antes de llegar a su fin el 2022 – termino de escribir esto a 6 de enero de 2023- a varios combatientes en el frente ucraniano y brindaron juntos con una copa de champán. ¿Escenificación? ¿Farsa? Es probable. Sin embargo, no hay que ser demasiado listo para entrever el propósito de ese teatro: el final de la operación especial, cualquiera que sea este, se va a decidir allí donde se fijó su comienzo. Es decir en el Kremlin.