Gritando eslóganes

Gritando eslóganes

  • Mola mucho más manifestarse en contra de las injusticias globales: la responsabilidad se dispersa gritando juntos y en la calle eslóganes tan bonitos y tan importantes aparentemente.

En Mariúpol, si no me equivoco -pero podría ser cualquier otra ciudad o pueblo de Ucrania que está sufriendo bombardeos-, un señor organizó un servicio para rescatar a los animales abandonados por sus dueños que escaparon para salvarse de los horrores de la guerra. Su labor consistia, antes que nada, en encontrar a estos animales abandonados sobre todo en apartamentos: perros, gatos, pájaros de todo tipo. El reportaje fue bastante corto y no se ha repetido; las historias dramáticas que hay que contar en estos días de guerra -escribo esto a 6 de junio de 2022- se suceden a una velocidad tremenda. Me lo imaginé buscando, piso por piso, a esas mascotas que en tiempos de paz nos alegran la vida, logrando descubrirlas solo por los sonidos lastimeros que emitieran, asustadas por el ulular terrible de las sirenas.

Y es que en tiempos de guerra llegamos a conocer muchas cosas, pero, sobre todo, nos enteramos de lo buenos que somos y de lo seriamente que nos preocupan los abusos y los agravios. Me cuesta creer que ese hombre se haya manifestado alguna vez en su vida ruidosamente por la defensa de los animales.

En Rumanía son cada vez más numerosos los casos de ancianos abandonados en sus casas que se van apagando sin que nadie los atienda en sus últimos días de vida ni los asista mientras se mueren. Ancianos y ancianas que tendrían hijos o hijas ocupados en vivir su propia vida y en disfrutarla a tope, como se suele decir. Me imaginé a mi padre y a mi madre extinguiéndose solos mientras yo estoy disfrutando de unas vacaciones espectaculares porque no me podía perder esa oferta. Nos sumamos, en cambio, muy entusiasmados, a las muestras de solidaridad colectiva en contra de alguna injusticia espectacular que afecta a pueblos enteros.

Pero cuidado, que ocupados como andamos en mostrarnos magnánimos hacia los destinos de la humanidad, muchas veces nos pasan desapercibidas las tragedias que a lo mejor tenemos a nuestro lado.

Soy profesor y cada dia, ante mis ojos, se despliega el mayor espectáculo de la vida: los niños. Los niños con sus preguntas, vivencias, actitudes de espontánea curiosidad. Niñas y niños muy despiertos que vienen a la escuela sin libros ni cuadernos, y sin nunguna idea sobre lo que deberían hacer en este lugar, pero bien vestidos, con ropa, mochilas y móviles de diseño, lo que demuestra que no están, para nada, desatendidos. Me imagino que sus padres o madres también abrazan, haciendo suyos, los grandes lemas de la lucha contra el mal, los atropellos de toda clase, los abusos o la falta de atención hacia nuestros semejantes, allá donde eso ocurra, y sobre todo ahora cuando la necesidad de hacerlo se propaga por todos los medios de comunicación que parecen haberse inventado precisamente para ello.

Y es que mola mucho más manifestarse en contra de las injusticias globales que preocuparse seriamente por solucionar los problemas que de verdad afectan a nuestros seres más próximos; la responsabilidad se dispersa gritando juntos y en la calle eslóganes tan bonitos y tan importantes aparentemente.

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