¿Dónde está el buen calzado español? ¿Qué han hecho con él y con las tiendas donde hace diez años aún se vendía?
Aún conservo unos zapatos que compré en Madrid en 2003, durante los tres meses que estuve de becario en la Universidad Autónoma. De magnífica piel, sanos y cómodos para los pies. Made in Spain desde la materia prima hasta la caja, la bolsa, la tienda y el “gracias caballero” de despedida que el vendedor sabía decir con educación y con humilde sonrisa.
El nombre de la firma del fabricante ya se ha borrado en su interior pero seguramente se trataba de Calzados Pérez, Calzados González o algo parecido. O sencillamente estaban marcados con la inscripción genérica “hecho en España” en una época en que lo español era una marca y España firmaba orgullosamente sus productos.
Hace dos veranos estuve una temporada en Madrid. Una tarde salí a la calle en busca de aquella zapatería conocida. Estaba por la ruta del autobús 15, entre Narváez y la calle siguiente, no recuerdo su nombre, yendo hacia el Pirulí. El dueño era un señor vestido siempre con camisa blanca, perfectamente planchada, pantalones oscuros y zapatos clásicos. No le molestaba ponerse en cuclillas para ayudarte a meter el pie en el zapato nuevo. Un señor que, aunque no te hubieras decidido a comprar nada, te acompañaba hasta la puerta con una sonrisa amable.
No la encontré. Recorrí la calle dos veces y comprobé que no, que no estaba. Por allí cerca había otra; encogida, de escaparate polvoriento, con pares de zapatos amontonados al azar, feos, quemados por los rayos del sol. Y lo que me llamó más la atención fue la actitud del personal: ninguna.
Por eso cuando me pongo los zapatos que aquel hombre me vendió hace tantos años, recuerdo su actitud amable y risueña. No sé si seguir usándolos o guardarlos de recuerdo.