Esperábamos a los americanos, pero llegaron los rusos.
Antes de empezar mis clases de rumano a los refugiados ucranianos en Rumanía, pedí a la coordinadora del proyecto, financiado por la Cruz Roja Japonesa, un poco de información sobre los cursantes. Sencillos, dijo, y muy motivados. Son los que han optado por quedarse aquí. Y por tanto necesitan adaptarse y encontrar trabajo. Algunos, bastantes, han preferido regresar a casa. Otros han continuado su camino hacia otros países europeos más prósperos.
El número de refugiados ucranianos en Rumanía rondaría hoy en torno a unas cien mil personas, de las cuales unas cincuenta mil se encuentran en Bucarest.
Todos, sin excepción alguna, benefician de protección social, seguro médico, una suma mensual de dinero suficiente para el sustento diario. Disponen, además, de abonos de trasporte dentro de las ciudades y por el país, alojamiento gratuito en albergues estudiantiles, pensiones turísticas y hoteles.
Serguéy, uno de los participantes, fue intervenido quirúrgicamente en el corazón. Tuvo suerte de residir aquí donde hay buenos médicos, buenos hospitales, buena atención al paciente y gratuidad. Todo eso falta en Ucrania donde lo preferible sería no ponerse enfermo nunca.

Su mujer es profesora de ucraniano en un centro compartido rumano-ucraniano donde están matriculados unos doscientos alumnos y alumnas ucranianos. El intento de integrarlos en clases mixtas resultó desastroso, dijo. Conflictos y hasta peleas. Y entoces fueron separados. Pero el dinero se acaba y los patrocinadores ya no tienen fondos. No sé lo que vamos a hacer.
Irina y Olga también trabajan. Cocinera la primera y mujer de limpieza la segunda en una guardería privada. Las dos están muy contentas y no quieren cambiar nada en su estatus laboral actual. Eran las más alegres de los veinte matriculados en el curso de los que frecuentaron regularmente unos quince. Como no contaban con títulos de licenciado, se acomodaron de inmediato en puestos de trabajo sencillos y modestos, proporcionadores de ingresos seguros. Juntas me prepararon una deliciosa tarta de despedida que todos probamos al final del último encuentro.

A Maxim le gustaría ser carpintero. El rumano le entraba difícilmente y hacía falta paciencia para lograr que no cayera en desánimo. Su madre Irina había hecho todo lo posible para salvarle a él y a su hermano menor de ir al frente. De eso no hablamos, claro. Eso lo pensé yo.
Ivanna y Liubovi son de Odessa. Viajan regularmente a casa de donde me han traído algunos pequeños regalos de agradecimiento por nuestro trabajo. A Liubovi se le ocurrió componer un precioso manojo de embutidos y queso ahumado de fabricación genuina, adornado con pequeños tomates y aceitunas para regalármelo en el útimo día. Ivanna completó el detalle con un frasco de vodka de maíz Nikita y unos versos en ucraniano.
Los territorios abandonados por los ucranianos ahora mismo están siendo repoblados por buriatos, comenta Olga muy desconcertada. Sin embargo, esa clase de trasplantes demográficos fueron practicados de manera constante y a gran escala por el régimen soviético para crear una familia unida dentro de una nueva identidad completamente rusificada. Personalmente había ignorado hasta finales de los 80 del siglo pasado que Moldova -Moldavia, en terminología rusa- históricamente pertenecía a Rumanía.
Y de manera totalmente inesperada y curiosa esos ucranianos refugiados en Rumanía han podido conocer, dadas las circunstancias, que también Ucrania tiene en su composición amplios territorios rumanos. El hecho es aprovechado actualmente por las cúpulas políticas ucraniana y europeas como motivo de chantaje mutuo y excusa de prolongar y, de ser posible, ampliar el conflicto. Entre tanto el avance ruso en el territorio ucraniano sigue, lento e implacable.
Habría que añadir que Rusia no suele conquistar un territorio solamente montada a bordo de carros de combate y lanzando obuses de artillería, sino que además afianza su presencia culturalmente. A diferencia de Occidente, devorador principalmente de riquezas, Rusia desde siempre ha sido devoradora de espacios. “Rusia no se acaba en ninguna parte” avisa un cartel que representa el perfil de un Vladímir Putin enorme. Un Putin que devuelve a los rusos de la calle esa conciencia de héroes robada en su opinión, pisoteada y ridiculizada en los últimos treinta años. A lo largo de esos dos años de “operación especial” contra Ucrania se han ido otorgando mayor número de Estrellas de Héroe de la Federación Rusa que durante los cuatro años de la Gran Guerra Patria contra la Alemania Nazi.
Esperábamos a los americanos, pero llegaron los rusos. Esta habría podido ser la conclusión de las conversaciones que surgían de vez en cuando entre nosotros sobre lo que está ocurriendo en Ucrania y en las fronteras de Moldova.