Moldova hoy es esa clase de país que parece no existir de verdad aunque lo veamos en el mapa. La política de quienes lo gobiernan mama el saber de lo que hay que hacer y de cómo hay que actuar en otros despachos, gabinetes y administraciones muy lejanas y muy ajenas todas ellas a las necesidades reales de su pueblo. Por cierto, en el DRAE, la entrada de moldavo informa: Perteneciente o relativo a Moldavia, país de Europa. Algo es algo, habría que reconocerlo. Sin embargo, ni siquiera se ha corregido todavía el término de Moldavia que ya ni los rusos, los principales promotores del mismo dentro del proceso de rusificación, lo usan. Los rusos ya no van tan lento como se movían antes ni Europa parece ser tan despabilada como creía que era. Los rusos avanzan a todo gas -nótense las alusiones- hacia sus metas. Europa, mientras tanto, gasta su energía en fomentar a diestro y siniestro la compra de humo ecológico.
Al asunto. Maia Sandu, la Presidenta de la República de Moldova en los últimos cuatro años, fue proclamada de nuevo -escribo esto a 18 de noviembre de 2024- dirigente del estado moldavo tras unas elecciones polémicas y faltas de esperanza y expectativa algunas.
Su oponente, Alexandr Stoianoglo, gagaúzo mal hablante del idioma del estado, criticado sin tregua por una supuesta asociación con los rusos que él ha rechazado siempre, despertó a su alrededor un sentimiento opositor bastante fuerte sin lograr, empero, fructificarlo en las urnas. Planea también un interrogante muy serio: ¿El resultado de los comicios y el sí a la consulta popular sobre la adhesión a la Comunidad Europea, dos semanas antes, serían ambos de fiar? Técnicamente parece que sí, pero en la práctica las cosas son muy distintas.
La corriente europeísta, muy viva hace diez años cuando Vlad Filat, padrino político de la actual presidenta que en aquel momento encendía, con bastante éxito, hay que reconocerlo, los ánimos proeuropeos en una Moldova escéptica a manifestar al respecto simpatía alguna, hoy carece de toda fuerza situándose en el nivel más bajo que nunca. Para los moldavos del microbús, Europa significa un puesto de trabajo y un sueldo ganado duramente printre străini entre extraños. Y nada más.
El sueño europeo en Moldova se ha ido apagando lentamente sin haberse encendido nunca de verdad.
Moldova hoy subsiste gracias a las limosnas que Rumanía y la UE le proporcionan a cambio de no abandonar así, de repente, su afiliación al Oeste y capitular de nuevo a la influencia rusa. Hemos de reconocer, no obstante, que se otorgan también fondos de ayudas al desarrollo pero que se utilizan poco debido a la muy compleja gestión burocrática que hay que acometer para obtenerlos.
He evitado decir “subsiste económicamente” porque de ninguna manera podríamos llamar “economía” un sector que no asegura el bienestar de la gente de manera digna, como tendría que ser.
La riqueza de Moldova consiste en su suelo, esa capa superficial aprovechada para la agricultura ya que reservas naturales aprovechables para la industria no tiene. O al menos no se han descubierto hasta ahora. Y en cuanto a la superficie agraria, su rentabilidad ha disminuido mucho últimamente por culpa de una ya crónica escasez de agua; faltan las precipitaciones y el sistema soviético de regadío, muy eficaz en su tiempo, fue destruido. Pero, claro, esto es algo que desde la altura de los despachos gubernamentales no se nota. Habría que bajar de allí y viajar en microbús, como hace uno un par de veces al año y como hacen la mayoría de los moldavos, para darse cuenta cabal de la situación sobre el terreno.
El desarrollo empieza con el fomento de la más mínima unidad de producción en que un estado podría asentar su economía.
Dicen que el dinero hace milagros pero en Moldova no se ha notado ninguno todavía en primer lugar porque los fondos recibidos solo se utilizan en pagar pensiones e indemnizaciones de todo tipo y en subir los sueldos de los funcionarios. La subida de los salarios es uno de los principales logros de su gestión que Maia Sandu aduce como argumento a su favor siempre que se le presenta la ocasión. El único propósito de este despropósito es no perder hasta las siguientes elecciones la simpatía popular. Resulta, pues, que sería el propio pueblo quien acabaría penalizando cualquier intento de reforma porque no aceptaría la menor disminución en sus ingresos, aunque miserables.
Por otro lado Europa no ha logrado aún implantar sólidamente ninguno de sus valores culturales. Moldova sigue siendo todavía un hoyo ruso donde cultura y lengua de este gigantesco país muy próximo han impregnado a los moldavos por completo. Ahí está la explicación del porqué de la influencia rusa en todos los pueblos aledaños. Rusia los ha conquistado no económicamente sino de manera cultural. Rusificándolos. Y esto es duradero.
Precisamente por eso Moldova, al igual que muchas ex repúblicas soviéticas, sigue siendo vulnerable al dominio ruso. El resultado del referéndum, a pesar de ser positivo, ha quedado en agua de borrajas y hoy por hoy no tiene gran importancia porque Rusia va a seguir con su política de conquista contra la cual Europa no demuestra capacidad alguna de oponerse seriamente.
Además, la elección de Donald Trump dio al traste con las esperanzas de apoyo desde los Estados Unidos en el cual la nuevamente elegida Maia Sandu basaba toda su pacata política.
Moldova hoy está sola y a merced de lo que venga. Así ocurre siempre cuando los gobiernos no trabajan para su propio pueblo.